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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

El sentido de propiedad podría describirse como aquella sensación, conducta o actitud expresada por cualquier ser humano, donde muestre sentimientos de posesión sobre otra persona, en el entendido de que le pertenece, por lo cual se siente en pleno derecho de querer hacer lo que quiera con la vida de esa persona, decidir sobre ella e ignorar por completo sus criterios y puntos de vistas. 

El ser dominante, en su subconsciente, posee una distorsión de la realidad, en la cual está convencido/a de que al cumplir con obligaciones o responsabilidades con sus amigos, familiares o pareja o acciones voluntarias,  generan automáticamente una deuda que suele ser eterna, ya que en su sensación de dominio, exige lealtad y compromiso con el/ella de manera ilimitada que no prescribe conforme evoluciona el tiempo, copando y limitando la vida de la otra persona de manera dominante, reduciendo el círculo social de vida de la víctima a su solo entorno. 

En un principio, la victima ve las acciones como simples gestos de solidaridad, de apoyo o muestras de amor desde la persona que domina, sin embargo, conforme pasa el tiempo, empieza a sentir como su libertad se ve coartada, sus opiniones ignoradas y criticadas con sarcasmo hiriente, en detrimento total de la autovaloración e identidad de esa persona. 

En lo adelante, la vida de esa persona se verá reducida al entorno social de quien ejerce el dominio o control, los amigos se convierten en mala influencia, la familia es señalada por los supuestos defectos y la vida social como algo innecesario para evitar “meterse en problemas o encontrarse en chismes”. 

El legítimo derecho a la privacidad se convierte en insinuaciones y sospecha y el tiempo a solas como un acto de falta de afectos, convirtiendo los espacios en campos de incesante guerra y hostilidad, donde al final en búsqueda de sece y tranquilidad, la victima suele ceder y con ello entregar lentamente su voluntad, su ser y su propia vida. 

Estas conductas describen las acciones de un autentico macho alfa en la cultura machista, misma que lamentablemente, en pleno siglo XXI, impera en nuestra sociedad dominicana. 

La mayoría de las acciones citadas, se han normalizado como supuestas formas de demostrar los sentimientos hacia una persona, se utilizan para justificar las acciones de los hombres cuando ejercen control y poder en las mujeres por aspectos económicos, o en el peor de los casos, validar acciones hostiles y de venganza como hechos justificados cuando la mujer no está dispuesta asumir de manera sumisa esos patrones que le limitan y le cohíben de decidir lo que quiere o no para su vida y en algunos casos, terminan por segar su vida. 

Otras acciones como el, abandono, celos, insultos, humillaciones, marginación, indiferencia, desamor, infidelidad, comparaciones destructivas, las limitaciones de dinero, rechazo y amenazas, conducen a la dependencia y control de la víctima, causando daños que perjudican su equilibrio emocional.

Cada cierre de año la República Dominicana culmina con estadísticas nefastas sobre la cantidad de casos de violencia de género que evapora las esperanzas de una sociedad educada y consciente sobre el respeto de los derechos de las mujeres sin estigmas, estereotipos ni justificaciones vagas. 

En el año 2022, desde el 01 de enero hasta el 30 de diciembre, el país registró al menos 58 muertes de mujeres a mano de sus parejas y exparejas, dejando en la orfandad a 42 niños, causando traumas irreparables para los mismos y las familias involucradas.

Y es que históricamente, el cuerpo de las mujeres ha sido entendido como una propiedad anexa, dependiente, de la que se puede disponer, como atributo de la propiedad. Y eso es, en muchos casos el femicidio, el ejercicio de la potestad de disposición de un cuerpo, el de las mujeres, que se considera propio de los hombres. Esto tiene una raigambre cultural en el modelo europeo, y por lo tanto también en el latinoamericano que muchas veces va más allá de la simple derogación de una norma sexista.

Es tiempo de cambiar esta cultura que se creen nuestras dueñas, pero también nos consideran hijas de nadie. 

Para lograr ello, es necesario cambiar asumir nuevas prácticas y políticas que resulten eficientes para afrontar este tipo de delito que se ha convertido en una pandemia en nuestro país y Latinoamérica. 

Como siempre insisto, en la educación esta la clave y en este caso no es la excepción. 

Desde el Estado: 

• Hay que enseñar a las nuevas generaciones ya que esto determina la manera como piensen sobre el género, el respeto y los derechos humanos. Conversar sobre los roles de género y cuestionar los rasgos y características tradicionales asignadas a hombre y mujer, señalar los estereotipos y explicarles que no hay nada de malo en hacerlo diferente, fomentando así una cultura de aceptación. “El hecho de que algunas cosas siempre se hagan igual, no significa que estén bien”. 

• Construir redes de apoyo eficaces donde las víctimas de violencia puedan restaurar sus vidas con asistencia psicológica periódica, acceso a capacitaciones y facilidades para incorporarse a empleos formales que les permitan independizarse y transformarse ellas y sus respectivos entornos. 

• Comprender y enseñar sobre el consentimiento: El consentimiento convencido dado libremente es imprescindible, en todo momento. En lugar de oír un “no”, asegúrate de oír un “sí” activo que haya sido expresado por todas las personas involucradas. Integra el consentimiento convencido en tu vida y habla de él. Frases como “se lo estaba buscando” o “los hombres así son” intentan desdibujar los límites del consentimiento, culpabilizar a las víctimas y exculpar a los agresores del delito que han cometido. Puede que las personas que usan estas expresiones entiendan el consentimiento como una idea vaga, pero la definición es muy clara. Cuando se trata de consentimiento, no hay límites difusos.

Desde la sociedad: 

• Escuchar y creer a las víctimas: Las victimas siempre serán victimas sin importar las razones por las cuales los agresores decidieron actuar. Es importante escuchar a las víctimas, no dejar las cosas así, no culpabilizarla por lo que haga o las decisiones que decida tomar. 

• Hay que recordar que también te puede pasar a ti. Ninguna mujer está exenta de vivir algún tipo de violencia, por ello la empatía es importante, no minimizar las situaciones que viven las víctimas, no normalizarlas, no aceptarlas ni ignorarlas. Actúa. 

 Las mujeres al igual que los hombres, no somos propiedad de nadie, así que quien te quiera decir lo contrario, atrévete a llevarle la contraria.  

Por ello, hoy 8 de marzo donde se Conmemora el Día Internacional de la Mujer, que no te feliciten, en su lugar, pregunta qué han hecho desde su vida personal y desde sus posiciones o entornos, para eliminar y no reproducir estigmas, estereotipos y tratar la mujer tal y como lo que es.