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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Una de las principales características del desarrollo de las sociedades, lo constituyen los avances tecnológicos que se han suscitado con el tiempo, dando origen a nuevos constructos sociales, a partir de las bondades aporta por la misma.

Estos constructos han transformado la forma en que asimilamos el mundo y en como reaccionamos a las diversas demandas y exigencias que han surgido, propias de una sociedad digitalizada y tecnificada. 

 En el siglo XX, pensar en la digitalización y tecnificación de la sociedad, representaba un gran reto debido a todos los factores que debían ser tomados en cuenta, a los fines de garantizar una actualización e inserción en una cultura global de manera igual e inclusiva, donde nadie se quedara fuera y todos/as fueran participes. 

Hoy día podemos ver como muchas de estas barreras fueron traspasadas, encontrándonos en un momento donde todos los procesos sociales tienen presencia de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) y donde se estudia la Inteligencia Artificial (AI) como una posible sustituta a cientos de labores que hasta entonces son realizadas por el ser humano, pero que, en un futuro no muy lejano, podrían ser lideradas por esas ciencias, sobre todo, con la contribución que promueven las OpenAI. 

Siendo así, cada día es mas extensa la carrera que el ser humano debe agotar para colocarse a la par de las tecnologías o bien “no quedarse atrás”, por lo cual en su día a día, es vital que viva actualizándose y aprendiendo sobre todas las herramientas tecnológicas que día con día surgen. 

Este nivel ha acelerado nuestros estilos de vida con la intención de vivir a la par de las demandas y nos ha absorto en una cultura y hábito del “era para ayer”. 

Este hábito desarrollado en este nuevo siglo induce e inculca la idea de la inmediatez como forma de demostrar eficiencia y agilidades prácticamente sobre humanas de hacer las cosas para ya, sin detenernos analizar el proceso, vivirlo y quizás poder tomar mejores decisiones. 

De esta manera, esperamos tener el resultado de lo que buscamos y necesitamos de manera inmediata o lo más pronto posible, de lo contrario, fácilmente nos decepcionamos o frustramos por el hecho de no tener las cosas en el momento deseado, tal y como queremos, esto porque está radicado de manera intrínseca el hábito de tener las cosas para ya. 

Estas acciones se encuentran tan normalizadas y adoptadas por la sociedad que, quienes deciden vivir a su propio ritmo, “sin prisas, pero sin pausas”, y que concluyen no ser parte de la manada, en ocasiones suelen ser excluidos/as o vistos como extraños/as.

Estas reacciones tienen base científica que ya se han estudiado como un posible impacto del uso frecuente de las tecnologías, específicamente los dispositivos móviles. 

Si bien es cierto que hoy día es impensable vivir sin las tecnologías de la información y comunicaciones, también es importante evaluar estos aspectos y el impacto que genera en nuestra calidad de vida. 

Aunque sus aportes al desarrollo social son innegables, en parte las TIC ha transformado nuestras vidas, en ocasiones convirtiéndonos en seres fríos, desconectados de la realidad social, distantes y ausentes en nuestros propios espacios y en ocasiones incitándonos actuar como maquinas automatizadas, dejando de lado que la vida real no es así. 

Es importante recordar que vivir los procesos, otorga valores, sentimientos y conexiones que al final, nos forjan, muestra otras perspectivas de la vida, abre puertas, construye nuevos caminos y si nos enfocamos en el propósito, podemos obtener significativos aprendizajes.