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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Dice un dicho común que el mundo, para ser mundo, debe haber de todo, mismo que se justifica en el equilibrio que debe existir entre una cosa y otra. 

Si bien es cierto que cada cabeza es un mundo, también es cierto que el mundo somos todos/as y cada una/o de nosotros/as, por lo cual (aunque pensemos que no es así), nuestra existencia tiene impacto en otras personas, de nuestro entorno cercano o lejano. 

Este impacto no se limita a la mera existencia como seres humanos, a reproducirnos y cumplir con los estándares sociales implantados, sino que la misma va más allá de vivir conforme las circunstancias que nos haya tocado vivir, siempre que estemos conscientes y seguros de nuestras capacidades. 

El mundo, la vida y nuestro creador esperan mucho más, por que las capacidades han sido dadas, pero trabajarlas, pulirlas, enfocarlas y encontrar nuestro propósito, es nuestra tarea vital, una decisión personal que, en definitiva, precisa nuestro futuro.  

Este es un trabajo arduo que como seres humanos nos toca y nos corresponde liderar, es retador y a la vez demanda asumir el control y la responsabilidad total, para salir de la zona de confort (aquella que nos garantiza lo básico) y empoderarnos para mejorar, cambiar, crecer e inspirar. 

Para propiciar estos cambios, es necesario abandonar la pasividad como gestora de actitudes y comportamientos opuesta al compromiso, a la acción constante, a la voluntad de dirigir la propia vida y de involucrarse con todas y cada una de sus etapas.

La pasividad es hermana y mejor amiga de la procrastinación y enemigas del crecimiento, el desarrollo, la novedad, innovación y empoderamiento. 

De hecho, es una acción tan dañina (no solo para quien procrastina), sino también para el entorno en en casos siente impotencia ante la inactividad, inacción y poca empatía para tomar las riendas y simplemente, decidir. 

La pasividad y la paciencia suelen ser confundidas, pero resulta que son cosas totalmente distintas. 

Ser paciente significa tener la espera necesaria para encontrar el momento oportuno y actuar. Pasivo es aquel que espera y no actúa, aquel que desea que los demás lo hagan por él/ella y en su defecto responsabiliza a los demás de su destino., se desvinculan de la responsabilidad ante sus actos y culpabilizan a los demás.

De hecho, la propia biblia nos hace un llamado actuar y empoderarnos para encontrar nuestro propósito.  

Algunos de los versículos, citan lo siguiente:  

En Romanos 12:2, indica: 

Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto.

1 Pedro 1:14

Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes {teníais} en vuestra ignorancia. 

Siempre, siempre será mejor atreverse y no pasar por la vida sin penas ni glorias.