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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

El ser humano en su compleja existencia, al nacer su instinto innato les hace apegarse aquello que les resuelve sus necesidades básicas del momento, aferrándose a ello y desarrollando vínculos que se mantienen por toda la vida. 

En el transcurso del subsistir y adaptarse al nuevo ambiente, poco a poco van naciendo nuevas necesidades que les hace expandir sus horizontes, despertando en sí necesidades intrínsecas y naturales, con las cuales va creando su propia percepción de la vida y que en lo adelante les otorgará identidad propia, sentido de explorar lo desconocido y, sobre todo, vivir sus propias experiencias. 

Son estos rasgos y características que forman parte de cada ser, la riqueza de toda diversidad, base vital de la democracia y la vida en libertad a la que todo ser humano tiene derechos por su propia coexistencia.  

Sin bien es cierto que los estereotipos y patrones son las principales limitantes sociales, es más importante destacar que se requiere un elevado nivel de comprensión y estado de conciencia para reconocer y respetar la unicidad del ser humano como ente catalizador de sus propios ideales y concepciones de vida, las cuales tiene derecho a diseñar, poner en práctica y rediseñar las veces que considere necesario para llenar sus propias expectativas de existencia. 

Reconocer, aceptar y respetar en el marco de los derechos, siempre será la mejor herramienta para promover buenas y reales prácticas de libertad, empatía, comprensión y resiliencia como modo de vida. 

Y es que, mientras más caminamos, decidimos desprendernos de insulsas viseras, imposiciones y exigencias y vivir para nuestras propias expectativas con claridad y firmeza, más nos acercamos al verdadero concepto de libertad a sabiendas de la literalidad de la vida.  

Según las ciencias, con el tiempo los seres humanos hemos evolucionado, sin embargo, este “progreso” parece ser solo material porque en otros aspectos, quedamos cortos, vacíos, nos queda mucho por alcanzar. 

Quizás la clave esté en volver a nuestros orígenes donde nos sentíamos vulnerables, ya que muchas cosas no dependían de nosotros, pero al mismo tiempo nos hacía sensibles y respetuosos ante la realidad de los demás y el valor de la propia existencia.