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Reportajes | Riamny María Méndez Féliz

Durante la Tercera Feria Marginal, celebrada este año en Mata de los indios, Villa Mella, miembros de la Cofradía del Espíritu Santo y de otros grupos culturales y religiosos intercambiaron saberes con artistas audiovisuales, escritoras, escritores y otros visitantes 

Santo Domingo Norte.- Esta es una historia sobre otra forma de la libertad: una que se construye de manera colectiva, abierta a lo nuevo y a lo diverso. A su vez, está arraigada en una espiritualidad ancestral que sostiene la vida cotidiana, ayuda a resistir la exclusión social y fomenta la convivencia familiar y comunitaria.

Aquí, en Mata de los indios, Villa Mella, entre callejones y calles mal asfaltadas, sin asfalto o llenas de hoyos, don Enrique Martínez y la joven Altagracia García explicaron a un grupo de escritoras que son herederos de una tradición espiritual desde la que acompañan con cantos y tambores el ritual de despedida de los difuntos, construyen instrumentos musicales y conservan ritmos antiguos. De estos ritmos se ha nutrido buena parte de las músicas dominicanas: desde la más comercial, hasta ciertas canciones de la escena alternativa y “underground”.  

Por estos caminos, en los que se cree en el Espíritu Santo, en la deidad africana Eleguá y también en la india Anacaona, que representa a los espíritus de los aborígenes que viven en el agua y cuidan ríos y arroyos; florece la salve, el pri-pri, y el palo cañuto, explica Roberta Brazobán, una de las guías comunitarias que acompañó al grupo de la Tercera Feria Marginal, que este año se celebró en Mata de Los Indios el sábado 17 y el domingo 18 de julio. 

Dos resistencias que el tiempo unió

La Feria junta la resistencia afro dominicana de la Sabana del Espíritu Santo, declarada como parte del  Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, con la rebeldía que dio origen a la Bienal Marginal que coordinaba el fallecido artista plástico Silvano Lora en Santa Bárbara, un barrio empobrecido de la Zona Colonial de Santo Domingo.

“La Feria Marginal se desarrolla en homenaje a Silvano Lora, que fue un artista combatiente. Nosotras y nosotros en el taller Público tenemos la responsabilidad de continuar su legado. Es lo que creemos que Silvano haría en esta época, pues él desarrolló durante mucho tiempo la Bienal Marginal, que para quienes no conocieron ese evento, fue paralelo a la Bienal de Arte Moderno, que justamente tenemos ahora, y que intentaba crear un espacio para el arte que era desechado por el oficialismo, además de salvar en su primera edición la comunidad de Santa Bárbara que estaba en peligro de ser desalojada”, explicó la escritora Lauristely Peña Solano.

Así que, con mascarilla, distanciamiento y en pequeños grupos para evitar contagios del virus que produce el covid-19, escritores, escritoras, artistas audiovisuales y otros partieron desde la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) a Mata de los indios para aprender sobre la cultura de la comunidad. El Taller Público Silvano vendió libros a bajo costo en una pequeña mesa, frente a una enramada en la que se cantó y se bailó.

El domingo 18, unas niñas contemplaban algunos libros. Compraron a cinco y a diez pesos libros y revistas infantiles, mientras miraban de reojo a don Enrique Martínez y a las cantadoras de salve que enseñaban sus primeros pasos a una pequeñita de la familia Brazobán. 

Los apellidos aquí identifican a personas que saben que pertenecen a determinados grupos, aunque no siempre se refleje su acta de nacimiento.  Cada cual comprende los viejos lazos que lo atan a los Minier-Martínez, los Brazobán, los del Rosario. Apellidos de antiguos amos de los que algunos ancestros escaparon para formar comunidades cimarronas y libres, ahora son reapropiados con orgullo, como símbolo de pertenencia a generaciones de familias fuertes y resistentes.

Y también siempre abiertas a lo nuevo: tal como los cimarrones acogieron a la cultura taína que quedaba en la zona y construyeron junto a ella las raíces que sostienen a las generaciones actuales, ahora en Mata de los indios se abren también a lo universal que se vive desde la lectura y otros espacios artísticos y experiencias vitales, como la migración y el mayor contacto de sus jóvenes con el resto de la ciudad y con el extranjero.

Como parte de la Feria, durante dos días una guagua anunciadora, que regularmente se utiliza para vender productos agrícolas, sirvió para informar de la venta de libros “a cinco y a diez pesos”: el dinero generado por esta venta y por otras actividades fue entregado a la Cofradía del Espíritu Santo. Niños y adultos se acercaban a comprar. Una fiesta de las culturas: la oralidad de la comunidad, los libros que llevaban las organizadoras del taller, y las síntesis de ambos mundos.

La dramaturga Ingrid Luciano organizó un “cuenta cuentos” para niñas y niños. Compartió con la comunidad otras literaturas en sus propios códigos, porque aquí abundan los narradores y sobre todo las narradoras que mantienen vivas para las siguientes generaciones las historias del pueblo. Les recuerdan que según decían los abuelos de los abuelos, había indígenas que se bañaban en el río Yaguasa, y en honor a los espíritus de esos taínos con los que, según el relato, convivieron, algunos altares conservan pequeñas piletas con conchas marinas y fotos que dicen ser de Anacaona, aunque algunas en realidad son imágenes de origen cubano que representan a Yemayá. ¿Cómo habrán llegado hasta aquí?

Aprender de los sabios de Mata de los Indios

La Cofradía del Espíritu Santo, uno de los símbolos de las tradiciones de origen africano en la Sabana del Espíritu Santo, que se extiende desde la urbanización Máximo Gómez hasta Yamasá, tiene entre sus principales funciones acompañar principalmente el último de los nueve rezos tradicionales a los difuntos.  Los Nueve Días (de duelo y rezos) es una tradición para despedir a un ser querido en las comunidades rurales dominicanas.

“Esto fue una obligación que nos dejaron nuestros abuelos, nuestros padres, estamos obligados a hacerlo gratuitamente”, explica don Enrique, uno de los hijos de don Sixto Minier, el antiguo líder de la cofradía que falleció hace ya 14 años.  La cofradía, integrada por unos 14 músicos, acepta ofrenda de la familia de los difuntos, pero no fija ningún precio por tocar.

Altagracia, bisnieta de don Sixto, también es parte de la tradición.  Fabrica maracas que se venden principalmente en la comunidad, pero también fuera, con las técnicas que aprendió de su familia y de otras personas de Villa Mella. Aprovecha los recursos de los árboles, sin dañarlos. Las maracas que no se utilizan entre los músicos de la cofradía, se venden a RD$250 el par.

Los hombres fabrican tambores. Don Enrique muestra un tambor que asegura tiene más de 200 años en la comunidad, y le fue heredado por su padre. ¿De qué madera está hecho el tambor? Cuenta que de un árbol que ya no aparece fácilmente, no sabe el nombre, solo recuerda que producía una madera fuerte, pesada “y que floreaba, era una mata que floreaba”, enfatiza.

Después Josefa Castillo, que también es parte de los Minier, enseña su altar, con la simbología de los santos que le instaló su padre desde que era niña, cuando notó que estaba conectada a la espiritualidad que ha acompañado la familia ya por siglos.

En otro altar, dedicado a San Miguel, un hombre joven muestra una pequeña pileta con caracoles y conchas que recuerdan a Anacaona, santos católicos e iconografías ligadas a la espiritualidad africana.

Cecilia del Rosario completa la explicación del muchacho: en septiembre, durante las fiestas que se hacen en honor a San Miguel, toda la comunidad celebra junta. Los del Rosario cocinan chivos y otras carnes. Las familias que pertenecen a distintas cofradías o mantienen altares dedicados a misterios diferentes, se unen a la fiesta.

Así, entre el trabajo y la fiesta, resisten las amenazas a la unidad debido a los conflictos que nacen de la desesperanza de los jóvenes por la marginación social o incluso de intervenciones estatales que pueden azuzar la división de familias y comunidades sometidas a presiones constantes como la urbanización desordenada del entorno que les rodea, la contaminación de sus fuentes de agua como el río Yaguasa, por el mal manejo de la basura,  y el desdeño de elementos culturales que se utilizan para crear, como la música, al tiempo que se demoniza la espiritualidad que le da origen.

“Ellos creen en lo de ellos, nosotros los dejamos tranquilos, nosotros creemos en lo de nosotros, en el Espíritu Santo”, dice don Enrique, mientras habla de algunos religiosos que no comprenden o rechazan a la cofradía.

No solo se ningunea su espiritualidad, sino en la práctica, otros elementos de su cultura y sus saberes. El pequeño espacio que hace de museo de la Cofradía del Espíritu Santo está frente a un charco de agua casi permanente por el mal estado de las calles. El domingo 18 de julio, una camioneta del Ayuntamiento de Santo Domingo Norte, nueva, casi lujosa para este ambiente, pasó por la calle del museo. Su movimiento hizo que el agua sucia salpicara cerca de los hombres que se encontraban sentados o parados cerca de los motores en lo que se ganan la vida como motoconchos, en una comunidad en la que escasean las oportunidades de trabajo.

Don Enrique explica que los políticos solo hacen promesas, que no cumplen, y ellos no quieren dádivas, sino un centro cultural en el que puedan enseñar a los jóvenes sus técnicas de cantos y bailes, y la fabricación de instrumentos. Quiere que la gente visite a Mata de los indios para aprender y enseñar, y que la comunidad cuente con un verdadero museo administrado de forma local.

Con la música, algunos se ganan, en parte, la vida, tanto con lo que les pagan en los ritos funerarios (voluntario) como en presentaciones culturales fuera de la comunidad.

Eneroliza Núñez, una de las mayores exponentes de la salve en el país, es de Mata los Indios, en esta Sabana del Espíritu Santo aprendió a cantar y a tocar. Durante la Feria Marginal acompañó a otros músicos de su comunidad a cantar para los visitantes. Entre maracas y tambores, con la presencia de jóvenes que continúan la tradición, cerraba la Feria.

 Entre tanto, los niños saltaban y jugaban entre la mesa de libros y alrededor de los altares donde se les enseña que ellos también son importantes, tanto que Eleguá, que vivió en un pueblo lejos de Mata de los indios, se le presentó a un niño y nadie le creía. Pero dice Cecilia del Rosario que para que le creyeran, el espíritu con forma de coco desarrolló una carita, tuvo sus ojos. Y al final, la comunidad creyó en el niño y en su espíritu bueno que ahora está en los altares de Mata de los indios.