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Cultura y sociedad | José Luis Soto

El obispo Pedro Casaldáliga, siempre defensor de Monseñor Romero, escribió un conmovedor poema a los pocos días de su asesinato. Escúchalo musicalizado.

  

Miles de devotos de monseñor Romero llenan, desde primeras horas de la madrugada, la plaza del Salvador del Mundo de la capital salvadoreña, donde será beatificado a las 10:00 horas (16:00 GMT) ante unas 285.000 personas, según estimaciones de la Iglesia católica.


San Salvador se convirtió anoche en una la ciudad despierta, que comenzó con una vigilia a la que asistieron miles de personas para homenajear al que, desde siempre, es para ellos el amigo de los pobres, en la víspera de su beatificación.

Monseñor Romero es para los salvadoreños mucho más que un mártir; es el héroe, el defensor de las causas justas, el hombre bueno, es San Romero de América, como lo "bautizaron" desde que fue asesinado en San Salvador el 24 de marzo de 1980 por un escuadrón de la muerte.

Para los fieles de Romero, su beatificación no es más que el primer paso hacia la canonización, que reivindican desde hace 35 años. 

Defensores de derechos humanos y devotos del mártir y monseñor Óscar Arnulfo Romero dicen que el arzobispo, asesinado el 24 de marzo de 1980, era el "ancla" que impedía a El Salvador zarpar a un viaje de sangre y dolor que, a la postre, costaría la vida de unas 75.000 personas en 12 años de guerra civil.

El biógrafo y exsecretario personal de Óscar Arnulfo Romero (197-1980), monseñor Jesús Delgado, aseguró a Efe que el arzobispo intentaba que no se hubiera una guerra civil en El Salvador.

"Romero estaba deteniéndolos, diciendo que no se había gastado el último cartucho de la razón, que la palabra todavía tenía una fuerza para liberar este país de tanta opresión, rencor y odio (...) porque no solo era una situación económica, social y política, era una situación moral y humana", dijo el sacerdote.

La guerra civil salvadoreña que enfrentó entre 1980 y 1992 a la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y al Ejército salvadoreño, financiado por Estados Unidos, causó unos 75.000 muertos y 8.000 desaparecidos.

Este fue el primer conflicto civil en el que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) intervino directamente para lograr unarmisticio. El conflicto concluyó con la firma de los Acuerdos de Paz en Chapultepec, México en 1992.

"A Romero lo matan el 24 de marzo de 1980 a las 6:20 de tarde; a las 7 de la noche por varios lugares de San Salvador se oían balaceras, no más lo mataron en primer lugar, la lucha callejera y luego formalmente (la guerra) entre los dos bandos, la guerrilla y la contrainsurgencia", relató Delgado.

Romero "fue el hombre que mantuvo la paz los más posible, fue el hombre que trato de solucionar todo con el dialogo", sostuvo el biógrafo. Este argumento fue respaldado por el vicario general de la Iglesia católica salvadoreña durante la época de Romero, Ricardo Urioste.

"La guerra no empezó sino hasta después de su muerte, todo su periodo (como arzobispo) no hubo una guerra proclamada", dijo a Efe.

No obstante, Urioste apuntó que, a pesar de los esfuerzos del arzobispo asesinado, "siempre se hubiera dado" el conflicto, porque "quién sabe si hubiesen sido capaces sus palabras de detener uno y otro bando".

El defensor de derechos humanos y director de la organización Tutela Legal "María Julia Hernández", Ovidio Mauricio, aseguró aEfe que "los que estaban por una opción de guerra la apresuraron" al asesinar a Romero.

Mauricio dice que Romero fue el primer personaje público en plantear la necesidad de dialogar y "buscar formas de no explotar a la población" por parte de la elite económica en esa época.

El procurador de Derechos Humanos de El Salvador, David Morales, es más enfático al señalar que "eliminar a monseñor Romero era un objetivo" que le permitió al Estado salvadoreño, Fuerzas Armadas y grupos paramilitares "profundizar prácticas genocidas de ataque a la población civil".

En declaraciones a Efe, Morales argumentó que un hecho "simbólico" que remarca esta tesis es que casi dos meses después del magnicidio se produce la "primera de las grandes matanzas de civiles", en el río Sumpul, departamento de Chalatenango, donde fueron asesinadas unas 600 personas.

"Como política contrainsurgente los ataques consistieron no en enfrentamiento contra su enemigo armado, sino en acciones de exterminio humano masivo, que sería una política de matanza que se extendió por más de cuatro años", expuso.

Concluyó que "monseñor Romero era un muro que los represores consideraron que era necesario eliminar".

En el 2013, el actual arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar, dijo que el uso político de Romero "para bien o para mal" afectó el proceso canónico abierto en el Vaticano desde 1994.

En este sentido, Ricardo Urioste dijo que a Romero "se le acusó de político, de marxista, de comunista, de guerrillero", pero el Vaticano ha desmentido esto con la beatificación.

Jorge Alberto Hernández, chófer de Romero cuando fue obispo de la diócesis de Santiago de María (Usulután), entre 1974 y 1977, dijo a Efe que el único fusil que usó el arzobispo fue el "evangelio".

Comentó que Romero "no era guerrillero" y que no tuvo influencias "ni de los cubanos y de los rusos", porque sus homilías nacieron de la vivencia que "día a día tenía con las personas".

Armando Sorto, un hombre a quien Romero salvó de ser reclutado por el Ejército cuando tenía 17 años, recalcó que "fue un gran sacerdote y obispo que murió por los pobres".

Relató que en una ocasión Romero le pidió que le cantará una canción del cantautor mexicano Javier Solís llamada "La mal querida".

"Yo no sé por qué motivo le gustaba esa canción, se la cante con el alma y también con el corazón", aunque "considero que él se identificaba con la canción porque ya empezaba el odio con la iglesia, y ya lo odiaban a él, ya era mal querido", contó a Efe.

Un informe de la Comisión de la Verdad de la ONU, que investigó las violaciones a derechos humanos durante la guerra civil salvadoreña, determinó que el exmayor del Ejército y fundador del partido de derecha Alianza Republicana Nacionalista (ARENA),Roberto D'Aubuisson dio la orden de asesinar a monseñor Óscar Arnulfo Romero. 

 

 

 

El asesinado Arzobispo salvadoreño Óscar Romero ha llegado a convertirse en un ícono internacional. Ahora la Iglesia católica lo beatifica ¿Quién fue realmente el primer beato del país centroamericano?

“En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”. Como en esta prédica del Domingo de Ramos de 1980, el sello de Monseñor Óscar Romero fue su defensa de los perseguidos y la denuncia de las injusticias, en medio del sangriento conflicto social y político salvadoreño.

Las amenazas en su contra no lograron detener su lucha por los pobres y los derechos humanos. Al día siguiente, el 24 de marzo, el Arzobispo de San Salvador fue asesinado por un francotirador mientras celebraba la misa, en el momento de la consagración. Tenía 62 años.

La noticia conmocionó al mundo entero. En El Salvador, la escalada de violencia desencadenó una guerra civil que duraría 12 años. “Él le dio voz a la gente pobre y le mostró que tenía derechos. Si bien la guerrilla se desarrolló independiente de la iglesia, hubo un apoyo indirecto, pues la gente tuvo un cambio de conciencia”, apunta Hannes Warnecke, del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Leipzig.

Quienes lo conocieron y han estudiado su vida desmienten que lo motivara una tendencia política. “Romero fue acusado de ser marxista, comunista y guerrillero. La locura llegó a tal grado que un periódico de ultraderecha pidió al Papa hacerle un exorcismo”, relata el jesuita y teólogo alemán Martin Maier, autor de la biografía “Óscar Romero: mística y lucha por la justicia”. Sostiene que “Monseñor Romero se movió claramente en la línea de la doctrina social de la Iglesia, motivado por el evangelio y Jesucristo, con su clara opción por los pobres”.

Tímido, pero firme

Óscar Arnulfo Romero y Galdámez nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, en el seno de una familia tradicional católica. Fue ordenado sacerdote en 1942 y en 1977 fue nombrado Arzobispo de San Salvador.

Aunque provenía de un ambiente conservador, la creciente persecución de la iglesia, la represión política y la pobreza lo fueron transformando. El asesinato de su amigo, el sacerdote Rutilio Grande, fue clave. “El ver que murió por causa del evangelio, estando al aldo de los pobres, le dio mucho valor para predicar y enfrentarse con los poderosos”, indica el prelado Bernd Klaschka, director de Adveniat, acción católica alemana para América Latina. 

Monseñor Romero en una de sus visitas al Vaticano.

Monseñor Romero en una de sus visitas al Vaticano.

Fuente DW

Su opción no siempre fue bien entendida. “En su primer encuentro con Juan Pablo II no se sintió bien comprendido. El Papa en ese momento tenía pocos conocimientos de América Latina, pero en un segundo encuentro en 1980 salió mucho más animado y contento”, relata Martin Maier sj. “Cuando fue asesinado celebrando la santa misa, eso impactó mucho al Papa, quien lo incluyó en la gran liturgia del 2000 en recuerdo de los mártires del siglo XX”.

Cuentan que cuando Romero decía misa las calles quedaban vacías. “Cuando predicaba casi se transformaba. Tuvo un don de la predicación que fascinaba a la gente. Sus homilías a veces duraban más de una hora, pero nadie se cansaba ni se aburría”, destaca el teólogo alemán.

Monseñor Romero en una de sus visitas al Vaticano.

El prelado Bernd Klaschka lo conoció en la Conferencia de Puebla: “Me pareció más bien tímido, pero firme en su decisión de seguir al aldo del pueblo pobre. Lo vi como un hombre humilde, interesado en lo que el otro decía”. Maier coincide: “Tengo la imagen de un hombre quizás un poco tímido, que escucha más que habla, pero al mismo tiempo muy amigable y sensible hacia el sufrimiento de la gente”.

“Si yo fuera Papa ya lo habría canonizado”

Cuentan que en la Conferencia de Aparecida, el 2007 en Brasil, le preguntaron al entonces Cardenal argentino Jorge Bergoglio qué opinaba de Monseñor Romero. La respuesta fue elocuente: “Para mí es un santo y un mártir, si yo fuera Papa ya lo habría canonizado".

Durante el papado de Juan Pablo II la causa, iniciada en 2004, habría estado detenida. “A algunos sectores en el Vaticano les costó mucho reconocer la santidad de Romero porque pensaban que su opción por los pobres era por causas políticas, pero fue por causa del evangelio. Benedicto XVI dio seguimiento al proceso de beatificacación y el Papa Francisco lo aceleró”, dice el prelado Klaschka.

En febrero pasado la Iglesia Católica confirmó que Romero fue un mártir, asesinado “por odio a la fe”,despejando el último obstáculo y confirmando lo que el pueblo salvadoreño dice saber hace tiempo. Por algo lo llaman “San Romero de América”. Sin embargo, los salvadoreños esperan todavía el pronunciamiento de la justicia. Aunque investigaciones internacionales acreditaron la autoría del asesinato y la responsabilidad del aparato represor del régimen militar, el crimen sigue impune.