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Derechos humanos | José Luis Soto

En la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, en que también se celebra la 48ª Jornada Mundial de la paz cuyo tema es “Ya no esclavos, sino hermanos”, tal como lo escribe el Papa Francisco en su mensaje, a las 10,00, en la Basílica Vaticana el Pontífice presidió la celebración de la Santa Misa.

En su homilía el Obispo de Roma recordó las palabras con las que Isabel pronunció su bendición sobre la Virgen Santa: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Y explicó que esta bendición está en continuidad con la bendición sacerdotal que Dios había sugerido a Moisés para que la transmitiese a Aarón y a todo el pueblo: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.

El Papa Bergoglio destacó que con esta celebración la Iglesia nos recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición, puesto que en ella se cumple, como en ninguna otra criatura, el haber visto brillar sobre ella el rostro de Dios, el Verbo eterno, a fin de que todos lo puedan contemplar.

Además de contemplar el rostro de Dios – explicó el Santo Padre – también podemos alabarlo y glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén con un canto de acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre. Y destacó que ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario, porque Cristo y su Madre son inseparables.

Tras destacar que María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo, Francisco afirmó que la Santísima Virgen es la mujer de fe que dejó entrar a Dios en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de percibir en el don del Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos», en el que Dios entró personalmente en el surco de la historia de la salvación.

Del mismo modo, Cristo y la Iglesia son inseparables, dijo también el Papa y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia. De ahí que afirmara que separar a Jesús de la Iglesia sería introducir una “dicotomía absurda”, como escribió el beato Pablo VI.

“Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros”, afirmó el Pontífice y añadió que es la Iglesia quien lo anuncia y es en la Iglesia donde Jesús sigue haciendo sus gestos de gracia que son los sacramentos, lo que, además, expresa su maternidad. De ahí que destacara que ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo.

El Papa concluyó su homilía con el deseo de que esta madre dulce y premurosa nos obtenga la bendición del Señor para toda la familia humana. De manera especial hoy – dijo – Jornada Mundial de la Paz, invocamos su intercesión para que el Señor nos de la paz en nuestros días: paz en nuestros corazones, paz en las familias, paz entre las naciones; a la vez que recordó que este año, en concreto, el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz lleva por título: “Ya no más esclavos, sino hermanos”.

“Todos – dijo Francisco al concluir – estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud. Desde todo pueblo, cultura y religión, unamos nuestras fuerzas. Que nos guíe y sostenga Aquel que para hacernos a todos hermanos se hizo nuestro servidor”.