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Migración | Fuente Externa

Han pasado apenas unos minutos desde la diez de la mañana cuando docenas de rostros exhaustos empiezan a aparecer. Acaban de desembarcar de las estrechas y coloridas canoas tradicionales pertenecientes a las comunidades indígenas, las cuales hace apenas unos pocos años que han sido provistas de motores.

Son niñas, niños, mujeres, hombres y bebés quienes acaban de pasar cuatro horas cruzando el Río Chucunaque, en Panamá, completando de esta manera una de las experiencias más traumáticas de sus vidas.

No obstante, esta es solo la primera de las muchas etapas arriesgadas que tendrán que superar antes de llegar a su destino.

Todos ellos provienen de Venezuela, Haití, Ecuador, Colombia, China, así como de una infinidad de otros países. Ellos afirman que se decidieron a huir de la violencia, la inseguridad, la falta de libertad y de la miseria, y que viajan atravesando la mitad del continente americano en busca de un futuro digno donde puedan vivir en libertad y donde sus derechos fundamentales sean respetados.

Acaban de superar una de las pruebas más duras que comprende su viaje: cruzar el Tapón del Darién, una extensión de 5.750 km2 de selva tropical que separa Colombia y Panamá.

«Nos robaron todo lo que teníamos. Un grupo de hombres armados con pasamontañas nos retuvieron durante un día entero, y nos quitaron todo lo que llevábamos: nuestro dinero, nuestras pertenencias y hasta nuestra comida. Un grupo de personas de Haití nos dieron algo de comida,» cuenta Catherine, de Venezuela. Ella se encuentra en el centro de acogida temporal de migrantes de Lajas Blancas, en la región de Darién en Panamá, donde está atrapada junto a su marido y sus hijos de 13, 11 y 9 años de edad.

«Vimos muchos cadáveres flotando en el río,» declara Catherine. Ella no sabe cómo va a ser capaz de seguir con su viaje ya que se ha quedado sin dinero, aunque se consuela: «al menos no tocaron a mi hija.»

La Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas destacó los riesgos y vulnerabilidades a los que se enfrenta una cifra sin precedentes de migrantes y refugiados que cruzan el Tapón del Darién, la densa selva tropical que separa Colombia de Panamá, en su camino hacia América del Norte.

En lo que llevamos de este año, más de 330.000 personas han cruzado el Tapón del Darién, la cifra anual más elevada registrada hasta la fecha. Una de cada cinco personas era un niño o niña. En comparación, se calcula que aproximadamente 248.000 personas cruzaron esta región durante todo el año de 2022.

«Los migrantes y los refugiados y refugiadas están expuestos a múltiples violaciones y abusos de derechos humanos durante todo su viaje, incluyendo violencia sexual, la cual es un riesgo especialmente grave para niños y niñas, mujeres, personas LGBTI y personas con discapacidades. Se producen también asesinatos, desapariciones, trata de personas, robos, e intimidación por parte de grupos delictivos organizados,» relató la portavoz de la Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas Marta Hurtado en la conferencia de prensa bisemanal en Ginebra.

Una letanía de riesgos mortales

La violencia sexual es una de las numerosas dificultades a las que se enfrentan las personas que se atreven a atravesar la selva, especialmente para las mujeres y las personas LBGTI. Además, un informe del Comité de Derechos Humanos de marzo de este año encontró también riesgos adicionales que incluyen asesinatos, desapariciones, trata de personas, robos, e intimidación por parte de grupos delictivos organizados.
Estos riesgos se ven agravados por los peligros inherentes a cruzar una selva tropical. Los migrantes tuvieron que lidiar con animales salvajes y venenosos, subir montañas y cruzar ríos de caudal muy rápido. En la estación seca, tuvieron que caminar un promedio de 4-7 días. En la estación lluviosa, la cual dura nueve meses, el barro dificulta aun más la travesía, los accidentes son más frecuentes y el viaje completo puede demorarse hasta los 10 días.

«Lo peor en mi caso, ya que no sé nadar, fue ver cómo varias personas se ahogaban, y otras que se caían por barrancos. No sé ni cuántos cadáveres he visto,» contó Félix, de Venezuela.

Benjamín Rodríguez, oficial de derechos humanos perteneciente a la Defensoría del Pueblo de Panamá, se encarga de escuchar y documentar todas estas historias.  La Defensoría del Pueblo trabaja de forma estrecha con la Oficina Regional para América Central y el Caribe del ACNUDH (ROCA), con base en la Ciudad de Panamá.

El Diálogo y el trabajo con los funcionarios es fundamental a la hora de ayudar a los migrantes, aseguró Andrea Ospina, del equipo sobre migraciones de ROCA. A través de la formación, el fomento de capacidades y los estudios, para los cuales la Oficina presta su apoyo, se formó una idea más clara de cuáles eran las necesidades concretas y los medios necesarios para garantizar que se respetan los derechos, explicó ella.

«Trabajamos con el Grupo de Movilidad Humana del Sistema de las Naciones Unidas en Panamá, así como con las autoridades panameñas, con el fin de desarrollar un plan de contingencia para poder activarlo en situaciones como la que vivimos, en donde existe un aumento exponencial en el número de migrantes,» declaró Ospina.

El flujo de migrantes se multiplica por seis

El número de migrantes que viajan atravesando el Darién ha experimentado un incremento.  Entre 2010 y 2020, cerca de 120.000 personas cruzaron esta selva espesa. Solo en el año 2022, la cifra fue superior a las 248.000 personas.

El menor acceso a visados en la región, sumado a otras restricciones y a nuevas políticas migratorias, ha obligado a los migrantes a buscar otras rutas más peligrosas, incluyendo la travesía del Darién.

Actualmente, las autoridades panameñas están registrando entre 1.000 y 2.000 personas que cruzan el Darién todos los días, una cifra que es seis veces superior a la del mismo período del año pasado.

«Esto significa que entre 80 y 100 canoas transportando a 25 personas cada una llegan al centro temporal de migrantes de Lajas Blancas todos los días,» explicó Rodríguez, a la vez que recogía denuncias y respondía a preguntas de migrantes que acababan de desembarcar.

Galería: Hacer el viaje

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A boat arrives with migrants making the final crossing to the intake center in Panama. Many of the boats are piloted by indigenous people, who have stopped doing necessary work to cater to the migrants.

Una barca con migrantes acaba de llegar a su destino en el centro de recepción en Panamá como fin de su travesía. Muchos de los botes son pilotados por personas indígenas, quienes han dejado de hacer trabajos necesarios para atender a los migrantes. © Carlos Rodriguez/ROCA

Once off the boats, migrants are met by agents from the National Border S © Carlos Rodriguez/ROCA ervice, who ask their nationality.

Una vez que desembarcan de los botes, son recibidos por agentes del Servicio Nacional de Fronteras, quienes les preguntan por su nacionalidad. © Carlos Rodriguez/ROCA

Migrants arrive with what they can carry, including their small children. © Carlos Rodriguez/ROCA

Los migrantes llegan transportando todo lo que pueden cargar con ellos, incluso sus niños pequeños. © Carlos Rodriguez/ROCA

© Carlos Rodriguez/ROCA

People waiting in line for the second meeting with the National Border Service as well as to see medical professionals from Doctors without Borders. © Carlos Rodriguez/ROCA

Personas esperando en fila a un segundo encuentro con el Servicio Nacional de Fronteras, así como para ser atendidos por médicos profesionales de Médicos sin Fronteras. © Carlos Rodriguez/ROCA

Once off the boats, migrants are met by agents from the National Border Service, who ask their nationality.  © Carlos Rodriguez/ROCA

Una vez que desembarcan de los botes, son recibidos por agentes del Servicio Nacional de Fronteras, quienes les preguntan por su nacionalidad. © Carlos Rodriguez/ROCA

Las personas reciben muy poca información cuando se bajan de sus canoas. Agentes del Servicio Nacional de Fronteras les ponen en fila y les preguntan su nacionalidad. Hay algunos carteles en español, inglés, árabe, chino e incluso en criollo, pero no son suficientes para explicarles qué es lo que tienen que hacer. La información es transmitida principalmente de boca a boca.

 En el centro temporal de migrantes de Lajas Blancas había dos puestos médicos, uno dirigido por la Cruz Roja, y el otro por Médicos sin Fronteras. No obstante, estos están situados en el otro lado del segundo puesto de control de las autoridades panameñas, un registro obligatorio que obliga a los migrantes a hacer cola por largos períodos de tiempo. Estos controles se realizan sin excepción alguna, da igual que tengas un tobillo roto o lleves en tus brazos a un bebé como Dylan, un bebé venezolano de cuatro semanas de edad que se ha pasado una cuarta parte de su corta vida en medio de la selva, y quien mostraba signos claros de hipotermia.

Este flujo constante de personas ha tenidos efectos considerables en toda la región, y en especial en las pequeñas comunidades indígenas que los migrantes han de atravesar, la mayoría de las cuales cuentan con poblaciones no superiores a las 300 personas. Las personas indígenas les venden de todo, desde agua y alimentos, hasta espacios dentro de sus hogares, así como electricidad para que puedan cargar sus teléfonos móviles.

«Muchos de los botes son pilotados por personas indígenas, quienes han dejado de hacer otros trabajos necesarios para atender a los migrantes; los niños han dejado de ir a la escuela para ayudar a sus padres a vender productos a los migrantes,» contó Rodríguez.

Travesías «horribles», futuros inciertos.

Las circunstancias de las personas que cruzan el Darién son muy variadas, aunque una gran mayoría pagó a otra persona para que les guiara a través de la selva.

Jinau, procedente de Haití, desembarcó de una canoa junto a su mujer y sus tres hijas, dos gemelas de tres años de edad con nacionalidad brasileña y una lactante, nacida hace dos meses en Chile.

«Llegamos a Brasil en 2017 y las gemelas nacieron allí. Pero no conseguía encontrar trabajo y nos fuimos a Chile, donde nació la pequeña. Aunque luego todo se volvió a complicar y decidimos emigrar por tercera vez,» relató.

La historia de Jinau no es un caso aislado; muchos migrantes tenían visados de residencia en un país de América del Sur, pero sus precarias condiciones de vida les empujaron a continuar hacia el norte.

OHCHR Human Rights Andrea Ospina, speaks with and officer from the Defensoría del Pueblo de Panamà at boat landing point. © Carlos Rodriguez/ROCA

Andrea Ospina, de Derechos Humanos de ACNUDH, habla con un funcionario de la Defensoría del Pueblo de Panamá en un punto de llegada de barcas. © Carlos Rodriguez/ROCA

Dentro de la estructura organizativa que las autoridades panameñas denominan el «flujo controlado» de migrantes, una vez que entran en el centro temporal de acogida de migrantes, aquellos que pueden permitirse pagar 40 dólares por cabeza, incluyendo a niños, tienen que hacer de nuevo una cola para subirse a un autobús privado. Este autobús les llevará a Planes de Gualaca, otro centro temporal de migración, en la frontera con Costa Rica. La mayoría ni siquiera se detiene para recibir los alimentos gratuitos que se distribuyen en el centro.

Muchos otros no tienen el dinero suficiente.

«El viaje con los niños fue algo horrible, pasamos hambre y tuvimos que beber agua sucia del río. Nunca en mi vida he tenido que caminar tanto,» contó Yeneville, de Venezuela. «Mi hija Richeli, de tres años de edad, cogió diarrea, pero cuando llegamos aquí le dieron medicinas y ahora ya se encuentra mejor. Pero ahora no tenemos ninguna manera de podernos marchar, no tenemos nada que vender, no sé lo que vamos a hacer.»

Esta situación ha conducido a la creación de una economía de subsistencia en la cual todo es factible de ser comprado y vendido: alimentos, ropa, cigarrillos, transferencias de dinero, tiendas de campaña, e incluso los cuerpos de las mujeres.

Varios mecanismos del sistema de derechos humanos, tales como los Procedimientos Especiales, el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer y el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, han publicado informes advirtiendo que las condiciones de la recepción de los migrantes distan mucho de ser las adecuadas. Los informes también han alertado de casos de violencia física y sexual además de hacer recomendaciones sobre cómo remediar la situación.

ROCA está trabajando con las autoridades con el fin de prestarles asistencia técnica sobre cómo implementar estas recomendaciones de forma más eficaz.

Recientemente un equipo de ROCA acompañó al Mecanismo Nacional contra la Tortura en su visita a los centros de acogida para migrantes, durante la cual se debatió sobre el problema de los menores no acompañados que están bajo detención. Uno de cada cinco migrantes que cruzan el Darién es un menor.

ROCA está también trabajando en colaboración con el Ministerio Público para la creación de un Protocolo de Acceso a la Justicia dirigido a los Migrantes. Este ayudaría a garantizar que los fiscales puedan recibir y hacer un seguimiento de todas las denuncias, de forma especial las de violencia sexual.

«La atención y el acceso a la justicia para las víctimas de violencia sexual es un aspecto clave. Estamos trabajando con ahínco para garantizar este derecho humano fundamental,» afirmó Ospina.

La Oficina se encuentra desarrollando actualmente un instrumento para recopilar, clasificar y almacenar de forma rápida, efectiva y a tiempo real todos los datos relativos a violaciones de derechos humanos que estén bajo conocimiento de las autoridades. Este instrumento se encontrará a disposición de la Defensoría del Pueblo.

«Sin datos y sin información concreta y precisa, no es posible llevar a cabo un análisis detallado de lo que está ocurriendo, así como tampoco es posible definir estrategias para tomar medidas,» señaló ella.

Problemas que hacen que la travesía valga la pena

Nadie habla sobre lo que aún les queda por delante. Miles de kilómetros atravesando otros cinco países hasta llegar a la frontera con los Estados Unidos, donde una vez más es posible que se tengan que enfrentar a condiciones precarias, a mal tiempo, al crimen organizado, así como a las restricciones que impongan los diferentes Estados.

El acceso de los migrantes a los recursos no solamente determinará la velocidad de su paso por los centros de acogida en Darién en dirección a la frontera con Costa Rica, sino que también determinará la dificultad que pueda conllevar su desplazamiento a través de la selva. Los grupos delictivos organizados ofrecen «paquetes» por los cuales los migrantes pagan entre 350 y 500 dólares para ser guiados a través de la ruta más sencilla. Los expertos afirmaron que muchos migrantes chinos usan este método.

Este fue el caso de Bogot, un joven chino con el que hablamos en el centro de acogida de San Vicente. Él viajó desde China a Turquía, y de ahí a Bogotá y de ahí a Ecuador en avión, y desde Quito a Darién a pie.

«Quiero llegar a los Estados Unidos, como todo el mundo aquí, y poder vivir el sueño americano. El viaje ha sido duro, pero habrá valido la pena.»

Adileidis, de Venezuela, no comparte esta opinión.

 «El viaje fue horrible, mucho peor de lo que podía haberme imaginado. Y lo peor de todo es que nadie te avisa de lo terrible que va a ser. Si lo hubiera sabido, no lo habría hecho.»

 

Fuente https://www.ohchr.org/es/stories/2023/09/darien-gap-risky-path-search-safer-life