Cuando el suelo empezó a temblar bajo los pies de Tamara Baltodano, cundió el pánico. Aunque acostumbrada a los temblores en su natal Nicaragua, fue aterrador oír su casa en Perú crujir y gemir como si estuviera a punto de derrumbarse.
El instinto la dominó y corrió a la calle, temerosa de que el edificio se derrumbara y la atrapara dentro. Afuera, todo estaba en silencio. Nadie más parecía alarmado. Esa sacudida, que la había dejado aturdida, fue solo otro temblor para los vecinos, que seguían con su día normal.
Después de ese momento, Tamara se dio cuenta de que había algo más a lo que debía adaptarse mientras construía una nueva vida en Perú. Así como había aprendido a lidiar con el frío limeño, la ausencia de lluvia y el ritual de recibir a los invitados con una bebida caliente, ahora tenía que aceptar que un terremoto podía ocurrir en cualquier momento, cualquier día.
Tamara llegó a Lima hace 14 años para trabajar en una empresa peruana. En cuanto llegó, se enamoró del país. "Me gustó la libertad de expresión, la democracia, la comida, los textiles", recuerda. "Es una tierra llena de oportunidades".
Su conexión con el país la impulsó a quedarse, y se mantuvo firme en esa decisión incluso cuando la empresa cambió de dirección y ella perdió su trabajo. Más tarde, trabajó largos turnos de noche como despachadora de taxis, a pesar de tener un título de abogado en Nicaragua. Lo más importante era que Perú había empezado a sentirse como su hogar.
En aquellos primeros años, Perú aún se estaba abriendo camino, al igual que ella. Está convencida de que pudo haber sido una de las pocas nicaragüenses que vivían allí, ya que era raro que los centroamericanos migraran a Sudamérica en esa época. También recuerda que la mayoría de los extranjeros en Lima en ese entonces eran colombianos.
Hoy en día, el panorama ha cambiado drásticamente. Si bien los nicaragüenses siguen siendo pocos, alrededor de 1,7 millones de venezolanos viven ahora en Perú. La migración se ha convertido en parte de la vida cotidiana, transformando comunidades y ciudades en todo el país.
Todos los recién llegados llegan en busca de un futuro mejor, pero también enfrentan incertidumbre y miedo a lo desconocido. Muchos, como Tamara, temen a los terremotos. Otros se preocupan por los deslaves en la costa. Y quienes se asentaron en las afueras de Lima aprenden de primera mano el significado del huaico: un torrente de lodo tan potente que puede arrasar barrios enteros construidos en las laderas de las colinas.
En un país extranjero, los migrantes son particularmente vulnerables. A menudo carecen de conocimiento de los riesgos locales o de las herramientas para responder ante una emergencia. Sin embargo, aportan habilidades, energía y un fuerte deseo de contribuir.
“Los peruanos suelen tener responsabilidades familiares que les dejan poco tiempo libre”, dice Tamara. “Para muchos migrantes como yo, estar lejos de nuestras familias significa tener más tiempo para capacitarnos y apoyar a las comunidades que nos abrieron las puertas”.
Ese compromiso se puso a prueba durante un simulacro de rescate, cuando Tamara, con su pequeño y ligero cuerpo, levantó un maniquí de 80 kilogramos, casi el doble de su tamaño, de un vehículo. En ese momento, sintió una fuerza inusual en brazos y piernas. Recuerda el peso, la urgencia y la certeza de que algún día la vida de alguien podría depender de ella.
“La gente suele asumir que las mujeres no son fuertes”, dice. “Pero una vez que te esfuerzas, te das cuenta de que eres capaz de mucho más, y con el entrenamiento, te vuelves más fuerte”.
Este ejercicio formó parte de un programa de capacitación de brigadistas comunitarios, abierto tanto a peruanos como a migrantes, organizado a finales de 2024 por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) con el apoyo de la ONG Unidad Venezolana en Perú y las autoridades locales. Durante más de 120 horas de sesiones presenciales y virtuales, los participantes fortalecieron sus habilidades para prepararse y responder ante emergencias y desastres, a la vez que desarrollaron resiliencia física y mental.
“Entrenamos durante semanas, hiciera sol o lloviera”, recuerda Tamara. “Aprendimos a rescatar gente del agua fría, saltamos desde torres de seis metros para practicar técnicas de cuerda y nos capacitamos con bomberos para comprender los diferentes tipos de incendios”.
Además de estos ejercicios físicos, los participantes también estudiaron primeros auxilios, sistemas de comunicación, seguridad en el hogar, gestión de refugios, métodos de evacuación y estrategias de supervivencia: lecciones que no solo enseñaron habilidades prácticas sino que también generaron confianza y trabajo en equipo entre personas que alguna vez se sintieron como forasteros.
Este programa integral, implementado en varios municipios del Perú, comenzó a tomar forma a mediados de 2023, tras la declaración del gobierno en estado de emergencia en los distritos afectados por las fuertes lluvias causadas por el ciclón Yaku y El Niño. Desde entonces, se ha expandido, capacitando tanto a migrantes como a funcionarios municipales para colaborar en la gestión del riesgo de desastres, garantizando respuestas más coordinadas e inclusivas ante las crisis.
“Para mí, no hay mayor satisfacción que salvar una vida”, dice Tamara. “Por eso me formé y no espero nada a cambio. Algunos incluso continuamos nuestra formación para convertirnos en brigadistas oficiales de protección civil”.
Más allá de las habilidades técnicas, el programa les dio a Tamara y a otros migrantes algo más profundo: confianza. Han aprendido a afrontar el miedo de otra manera. En lugar de correr, se detienen, respiran hondo y dejan que la calma y la solidaridad guíen sus acciones. Para Tamara, ayudar a los demás ya no es solo un entrenamiento; se ha convertido en una forma de vida.
“En Perú, siempre existe el riesgo de un gran terremoto”, dice. “Cuando eso ocurre, se necesitan más ayudas, y los migrantes tienen mucho que ofrecer. A veces podemos sentirnos discriminados, pero siempre estamos dispuestos a apoyar a quienes nos recibieron”.
Esta historia fue escrita por Natalia Roldán Rueda, Oficial Regional de Medios y Comunicaciones de la OIM en Panamá. Fuente