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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Cuantas veces, en nuestro día a día nos hemos escuchado a personal decir: “yo me meto en eso u, eso no tiene que ver conmigo”. 

En nuestro argot popular, es muy común que a veces las personas refieran estas palabras, la cual utilizan como escudo o justificación ante la consciente posición y decisión de ignorar cosas que se hacen y suceden que no son justas y que, aunque no les toque, pueden afectar a los demás de distintas formas. 

En nuestra sociedad, a menudo hablamos sobre la importancia de no hacer daño a los demás. Sin embargo, hay un aspecto menos explorado, pero igualmente crucial: aquellos que, sin ser directamente agresivos, permiten que otros causen daño. Este fenómeno, a menudo denominado "silencio cómplice", plantea preguntas fundamentales sobre la responsabilidad personal y colectiva.

No siempre es fácil identificar a quienes adoptan esta postura. Son individuos que, consciente o inconscientemente, eligen quedarse al margen cuando presencian injusticias o comportamientos dañinos, lascivos, perjudiciales. Podrían ser testigos de exclusión, estereotipos, acoso, discriminación o abuso, pero optan por no intervenir, justificándolo con excusas como la neutralidad o el deseo de evitar conflictos.

Este comportamiento plantea preguntas éticas significativas. ¿Es suficiente no causar daño directamente, o hay una responsabilidad más profunda de intervenir cuando vemos que otros lo hacen? El filósofo Edmund Burke expresó: "Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada". Esta frase resuena especialmente en el contexto de aquellos que eligen la pasividad ante la injusticia.

La psicología social también arroja luz sobre este fenómeno. El "efecto espectador" sugiere que las personas son menos propensas a intervenir cuando están en grupos más grandes, ya que asumen que alguien más lo hará. Este fenómeno puede contribuir al silencio cómplice, ya que cada individuo espera que otro asuma la responsabilidad.

Abordar este problema requiere una mirada introspectiva. ¿Nosotros mismos hemos sido alguna vez observadores pasivos? ¿Hemos permitido que el mal persista por nuestra inacción? Reconocer nuestra capacidad para hacer la diferencia es el primer paso hacia un cambio significativo.

El silencio cómplice no solo afecta a nivel individual, sino que también tiene implicaciones para la salud de la sociedad en su conjunto. Fomenta un entorno donde las acciones perjudiciales pueden prosperar sin restricciones, creando un ciclo de impunidad que erosiona los valores fundamentales de la comunidad.

En última instancia, este artículo no busca señalar con el dedo, sino fomentar la autorreflexión. Al abordar el silencio cómplice, podemos cultivar una sociedad más consciente, solidaria y justa. La responsabilidad no se limita a evitar causar daño, sino también a actuar contra aquellos que perpetúan la injusticia en nuestra presencia.