Es innegable que el panorama de la humanidad es sombrío: la escalada militar que puede culminar en una guerra nuclear, el calentamiento global que parece que ha venido para quedarse, el agotamiento de los bienes y servicios naturales, especialmente de agua potable, entre otros.
En ese escenario debemos plantearnos esta cuestión: en qué medida la humanidad y todos los países pueden y deben colaborar para un posible y deseable bienestar planetario.
Partimos de lo que establece el Papa Francisco en su encíclica Laudato Sì: sobre el cuidado de la Casa Común (2015), dirigida a toda la humanidad: “todos debemos hacer una conversión ecológica global” (n.5).
Sin esta conversión, que significa una disposición para el cambio, no superaremos la situación dramática mencionada y podríamos llegar a un punto de no-retorno. Estaríamos frente al colapso de nuestra civilización e incluso de nuestra existencia sobre este planeta.
Mantenido el orden del capital con su cultura consumista y excluyente difícilmente encontramos la voluntad de cambio y por eso de alcanzar el bien común planetario. Son fatalistas, este tipo de mundo en crisis los beneficia.
En la encíclica Fratelli tutti (2020) el mismo pontífice fue enfático al decir: “estamos en el mismo barco; o nos salvamos todos o no se salva nadie” (n.137). En 2022 en una reunión sobre el clima en Berlín, el secretario da ONU, António Gutérres, dijo: “esta es la única alternativa: o colaboramos todos juntos o el suicidio”.
Antes, sin embargo, es importante aclarar qué se entiende por “bien-estar planetario”. La respuesta no puede ser antropocéntrica, como si el ser humano fuese el centro de todo y el único que tiene un fin en sí mismo. Al contrario, él es un eslabón de la corriente de la vida y parte inteligente de la naturaleza. Es válido lo que afirma la Carta de la Tierra: tenemos que “reconocer que todos los seres están interligados y cada forma de vida tiene valor, independientemente de su utilidad para los seres humanos” (I,1.a).
En el plano infraestructural el bienestar es el acceso justo a todos los bienes básicos como la alimentación, la salud, la vivienda, la energía, la seguridad y la comunicación. En términos planetarios el bienestar demanda el mantenimiento de la integridad de la Tierra con todos sus ecosistemas. Es importante garantizar la sostenibilidad de todos los elementos esenciales que sustentan la vida como el agua, el suelo, el clima favorable, la preservación de la biodiversidad, especialmente de aquellos insectos, abejas y otros, responsables de la polinización, sin la cual las especies no consiguen reproducirse.
En el plano social es la posibilidad de llevar una vida material y humana satisfactoria, con dignidad y libertad, en un ambiente de cooperación, de solidaridad y de convivencia pacífica.
En términos planetarios el bienestar exige una profunda revisión de nuestro modo de producción y de consumo. Una pequeñísima parte de la humanidad acumula gran parte de la riqueza y tiene un consumo suntuoso, superfluo y con gran desperdicio. Deja, sin compasión, a gran parte de la humanidad en condiciones de pobreza y de miseria, ocasionando anualmente muchos miles de muertes por hambre. Para atender las demandas de toda la humanidad, el consumo tiene que ser moderado, compartido y solidario. Ese tipo de bienestar que equivale al bien común, vale para todos los países y pueblos. Sería el bien vivir y convivir de los andinos, donde la categoría central es la armonía.
Pero como somos parte de la naturaleza y sin ella no podríamos vivir, el bienestar incluye la comunidad biótica, los ecosistemas y todos los representantes de las diferentes especies que tienen el derecho de existir, de ser respetados como portadores de derechos. Pertenece también al bienestar planetario el respeto al mundo abiótico, como los paisajes, las montañas, los ríos, lagos y océanos, pues formamos con todos ellos la gran comunidad terrenal.
Dada la religación de todos con todos, la cooperación entre todos es la savia secreta que nutre el bienestar planetario como un todo. Todo el planeta, entendido como un Super Ente viviente que sistémicamente articula lo físico, lo químico y lo biológico, de modo a mantener el equilibrio entre todos los ecosistemas y reproducirse, pertenece especialmente al bienestar planetario.
Visualizamos proyectos y prácticas en casi todos los países, especialmente, en los movimientos sociales populares, con la introducción de una bioeconomía que respeta los ritmos de la naturaleza y da el tiempo necesario al suelo para que regenere sus nutrientes.
También se ha desarrollado una economía circular, que se propone reducir, reusar y reciclar los materiales usados. La Vía Campesina y el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil que incluye a miles de familias, han desarrollado una rica agroecología popular y participativa, tan eficaz que se ha vuelto el mayor productor de arroz orgánico de América Latina. El ecosocialismo como proyecto que niega la centralidad del mercado y evita el centralismo autoritario del socialismo soviético se muestra viable. Pone como referencias fundamentales la vida y la ecología y no el mercado y los negocios as usual.
Hay que reconocer que crece también el número de empresas que asumieron el paradigma socioecológico y la responsabilidad social con su entorno. Pero la gran mayoría sigue siendo negacionista y con una producción generadora de gases de efecto invernadero, con el calentamiento de la Tierra.
Incluso así, alimentamos la esperanza de la Carta de la Tierra (2003) de que “nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interrelacionados y juntos podremos forjar soluciones incluyentes” (Preámbulo,d).
*Leonardo Boff ha escrito La búsqueda de la justa medida: cómo equilibrar el planeta Tierra, Dabar 2024.