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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

En los años de mozalbete, cuando cruzábamos el puente de la niñez a la adolescencia, nos reuníamos un grupo de carajetes con la finalidad de intranquilizar a los transeúntes que caminaban por la acera principal de nuestra barriada, que era el albergue de los “lustradores de zapatos o limpia botas”, que hacían de la misma su centro de operación y producción.

Apenas el cielo se cobijaba de gris, empezábamos a colocarnos  en los pies las cajas de cartones de leche, aquellas cajas  que con escasas  oportunidades podíamos degustar, rozábamos las mismas con el pavimento, hasta producir un ruidoso y molestoso sonido que, al compás de vociferar  e implorar  la frase “  Ojala  que llueva”,  denostaba nuestro interés en aprovechar la ocasión para palpitar darnos una ducha de agua natural  y por algunos momentos,  olvidar el impulso del jarro en el tanque, o el zambullido profundo del medio galón, que adoquinaba  el baño de nuestras casas, de aquellos que se daban el lujo de poseer.

Esta acción nos granjeo el odio de “ Don Goyo, el limpiabotas”, que ante cada osadía de imploración, acudía a su recurso didáctico de persuasión llamada “la correa” y nos aplicaba una  terapia psicológica con fundamentos cognitivos,  llamada “Cocotazos”, con los cuales nos  “convencía” de correr despavorido  y abandonar el  lugar, sin tener nosotros la oportunidad de entender el enojo de “Don Goyo el limpiabotas”;  no fue hasta después de adulto que entendimos que lo que implorábamos como diversión para nosotros era la desgracia y la tragedia para Don Goyo y los demás lustradores, pues si llovía, no había forma de  conseguir ese día el sustento y no por ende se hacía imposible llevar el pan a sus hogares.

Y traigo esto a colación porque en estos tiempos convulsos, nos están adoctrinando a que el “éxito” se tiene que conseguir sin importar los daños colaterales que podamos producir  a otras personas,  se ha vuelto normal y muy común conseguir aprestos personales aunque los mismos sean en detrimento de los demás, pues la sociedad de hoy nos empuja a conseguir cierto fines sin tomar en consideración cuanto daños podemos causar, pues hoy mas que nunca se acude a la frase del diplomático y filosofo francés,  Nicolas Maquiavelo en su obra el “Príncipe” de que “El fin justicia los medios”.

Esto así porque en una reciente declaración  de una basquetbolista australiana, llamada  Liz Cambage, de la  Asociación Nacional de Baloncesto Femenino de Los Estados Unidos (WNBA), afirmaba  que  se sentía decepcionada por su salario de basquetbolista y por tanto, recurrió al “Only fans”, una plataforma productora de contenidos para adultos, y según ella planteaba, en su primera semana produjo más  dinero que los que  había producido en su carrera  como deportista y este  en este caso se reflejan cientos o miles de personas que para justificar incrementar sus ingresos o conseguir una meta particular buscan las excusas más banales obviando el daño que pueden causar a sus hijos, a sus familiares y a la sociedad en sentido general.

Pues los deportistas al igual que los artistas, en todas sus modalidades están llamado a ser referente de conducta, pues sus acciones son seguidas por miles de personas que ven en ellos y ellas el reflejo de los que le gustaría ser, y se convierten en ídolos a los cuales quieren emular, a través de influir en las vidas de miles de almas, lo que le trae consigo prestigio, consideración y no hay dinero que recompense, la admiración y el respeto que le confiere la sociedad,  con su declaración es obvio que a corto plazo ganado mucho más dinero, pero ha perdido de por vida el respeto de la mayoría de la sociedad.

Pues la vida consiste en buscar siempre superar metas,  crecer en  lo personal, emocional, lo  económico,   nunca será malo luchar por conseguirlo, es lo que le da  sentido a nuestras vidas, pero la misma debe fundamentarse en  principios valores y producirnos paz y tranquilidad emocional, lograr que estas metas logradas no sean a costa de la desilusión de los demás, pues cada acción que tomamos debemos pensar no solo en el beneficio particular y pecuniario,  hay que ponderar los daños que nuestras acciones pueden producir y a quienes  pueden afectar,  porque,   aunque parezca hermoso e inofensivo la frase “Ojala que llueva”,  no dejemos nunca  de recordar que siempre la moneda tendrá dos cara.