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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

Imagino que caída la tarde preparaba su termo de café, le daba un abrazo a su esposa, llamaba a su madre en la comunidad de Yamasá y le comunicaba la noticia a sus hijas de que ya saldría para su lugar de trabajo, y que una vez allí, el señor Ezequiel de León Fajardo (El Gordo), iniciaba su rutina de ser el velador de la tranquilidad de los moradores del residencial Colinas del Seminario, en el sector Los Ríos, en el Distrito Nacional.

De igual forma visualizó la tranquilidad y la satisfacción del deber cumplido que debió tener  la señora Maricela Rodríguez Marte, cuando logro llevar a su hija Arianny Meilyn Marte,  junto a sus tres  hijas,  a su hogar en la ciudad de la Vega, entendiendo que allí le llevaría la tranquilidad necesaria y que a su vez la arrebataba  de la mano del que más tarde seria su homicida;  de la misma manera  que no dejó  de  soñar y de pensar cuanta   satisfacción  debió  de  sentir el señor  Wady Infante Saviñón, al ver el emprendimiento y desarrollo de su hijo que,  a fuerza de trabajo había  podido prosperar , lo cual  interpreto que, lo hacía sentir orgulloso, porque su labor como padre había dejado sus frutos.

Estos tres escenarios deberían reflejar la rutina cotidiana de cualquiera de nuestras familias,  sin embargo, terminarían truncados por la violencia y la delincuencia que afecta nuestro país, ante la mirada indiferente  de las autoridades, las cuales nos plantean como respuestas un montón de resultados estadísticos y mediciones preparadas en cuartos fríos, alejada de la realidad y validadas por funcionarios que se despiertan en su burbuja, anclada en una torre de la ciudad, fortificada con la seguridad que pagan nuestros impuestos, que al abrir sus ventanas contemplan la noche y sienten que todo está en calma.

Pero esa calma no fue la que  prevaleció en la  noche de trabajo de Ezequiel de León Fajardo (El Gordo), terminó truncada por un disparo a manos de delincuentes que no le permitieron volver a llamar a sus hijas y mucho menos despedirse nueva vez de su madre; pero igual sucedió con la señora Arianny Meilyn Marte, cuando su verdugo, su esposo , el teniente de la policía  Juan Luis Jiménez ,  cerceno la vida de ella y  la de su madre,  la señora Maricela Rodríguez Marte en su propia residencia, dichas muertes ejecutadas por  aquel señor que había estado preso precisamente por violencia de género y que en complicidad con su institución fue reintegrado,  convirtiendo al Estado en cómplice  del crimen,  pues, puso en la mano del teniente nueva vez,  el arma homicida.

Pero los datos estadísticos no resultaron para el señor Wady Infante Saviñón, aquel padre que en su instinto protector hasta el ultimo suspiro de su existencia, recibió de manos de los atracadores, dos disparos, cuando el mismo intentaba frustrar un asalto a su hijo en su lugar de trabajo en una plaza comercial en el sector de arroyo hondo en le Distrito Nacional, perdiendo su vida, en procura de defender la de su hijo y defendiendo lo que entendía era lo justo.

Las autoridades han indicado que la tasa de homicidio en el país ha disminuido, pero no hay forma de poderle explicar a las hijas de Ezequiel de León Fajardo (El Gordo), estos datos, pues para ellos, él era su todo y mucho menos a los hijos de la señora Maricela Rodríguez Marte que en el mismo acto perdieron a su hermana y a su madre, sin contar las mutaciones psicológicas de las niñas que perdieron a la misma vez, a su madre y a su abuela y el homicida, es su padre.

No hay forma de medir el impacto emocional, económico , psicológico  que la violencia y la delincuencia está causando en nuestra población, pues ya el sonido de una motocicleta es perturbador y nos trae intranquilidad, pues ya todos y todas  asumimos mayor  cuidados y realizamos  gastos adicionales en procura de mayor seguridad al desplazarnos y al pernotar en cualquier lugar, a la luz de la realidad , nos estamos volviendo paranoicos, desconfiados y vulnerables a la vez, pues no sabemos en quien confiar, pues no vemos una implementación de políticas públicas desde el Estado, dirigida a enfrentar este flagelo, nos sentimos desprotegidos.

Porque, mientras las autoridades continúen levantándose al caer el alba y sigan desde su pináculo viendo el mundo desde las estadísticas obviando la realidad, sin entender que para cada familia una perdida es su todo, nosotros seguiremos a merced de la violencia y la delincuencia y por eso no me dejo de preguntar ¿Hasta cuándo será la calma?