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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

Aquella mata frondosa de limoncillo o quenepa era el epicentro que servía de testigo a todos los moradores y las moradoras del callejón La Fuente, cada tarde, el patio común de la barriada acogía a la vagancia, recreaba los planes inconclusos de mozalbetes de sueños húmedos que, convivían en el sector, pero a la vez, fungía de congregación o logia, donde cada tarde se pasaba la lista de nuestras carencias y se intercambiaban los elogios a nuestras miserias.

Hubo un día en que la conversación en nuestro epicentro giró y se enfocó en los señalamientos que casi a unísonos, nos habían hecho nuestras guardianas y nuestros centinelas, con la advertencia de rigor,  de mandarnos al psicólogo de cabecera de nuestra  época (La Correa y la Chancleta) , si desobedecíamos la orden de no entrar a la casa de los nuevos vecinos que se  habían mudado a la barriada, donde vivía el apodado “Julito el Vampiro”, cuya violación a esa disposición contemplaría llevarnos a todos y todas a terapias de grupos  intensivos, consistente en  hincarnos detrás de la puerta con el guayo, o mantenernos desnudo sin salir de la casa por varios días.

Esta situación nos hizo percatarnos y fijarnos  en los nuevos inquilinos del sector, pues su comportamiento, forma de vestir, acciones y  sobre todo,  los personajes que traían a su casa  y que empezaban a pulular por la  tranquila y sana barriada, distanciaban mucho de lo que hasta ese momento estábamos acostumbrados a ver, pues no conocíamos a ningún joven fumador, ni habíamos visto a nadie vestirse con jeans ajustado y llevar puestos unos tenis Converse, mucho menos ver personajes en chaqueta en  imitación de cuero, ni sentir el hedor que en nuestra inocencia pensábamos que era típico y característico del cigarro crema, aunque todos decíamos que su olor era distinto.

Aquellos moradores fueron cambiando para siempre la parsimonia de toda una comunidad.

Diez años más tarde,  la pacífica localidad se había convertido en una zona de referencia de venta de narcóticos,  identificada y reconocida  en toda la ciudad, el vicio y la  delincuencia nos  arrebató  nuestra barriada, llegaron los primeros muertos entre conflictos de bandas, vinieron los primeros atracos,  cayeron en complicidad con las propias autoridades los primeros apresados al negarse a seguir patrocinado el soborno y la extorsión,  se vaciaron en estampidas los clubes deportivos y recreativos,  fluyó la deserción en las escuelas, aumentaron las adolescentes embarazadas y cientos de jóvenes quedaron presos en el flagelo de las drogas y la delincuencia.

Esta reflexión nos lleva a preguntarnos ¿cómo pudo ser posible que distintas madres y padres en su mayoría analfabetas absolutas y analfabetas funcionales fueran capaces de ver y predecir el peligro inminente y que fruto de su ignorancia fueran capaces de ver las señales y hacer las advertencias de peligro a cientos de jóvenes que en aquellos momentos convivíamos en nuestro sector?

 No hay dudas de que fueron esos hechos  lo que forzaron  a muchos de ellos a tomar como medida cautelar, dentro de sus posibilidades,  abandonar la barriada y dejarla a merced ya no de “Julito el Vampiro”, sino de toda una estructura organizada, patrocinada, acompañada y apoyada por las autoridades llamadas a protegernos.

Simplemente el clima de violencia,  inseguridad y  delincuencia que vivimos hoy,  es el resultado del cúmulo de años de inobservancia, complicidad y auspicios por parte  de las autoridades, de los distintos “Julito el Vampiro” que fueron adueñándose de nuestras localidades, ya que , se  dedicaron a jugar el rol de  espectadores de la problemática y en muchas ocasiones auspiciadores y promotores de los mismos, demostrado por su inacción, su complicidad, pues  todos  y todas los vimos venir,  menos los distintos gobiernos y autoridades del Estado Dominicano.