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Opinión | Por Orlando Beltré

Conocemos a Jacques Viau como aquel joven inmigrante haitiano que murió defendiendo la patria dominicana durante la intervención militar norteamericana de 1965.

En efecto, fue eso. Y mucho más que eso. Fue un poeta que encarnó en su vida y en su obra la hermandad entre los dos pueblos de la isla.

De esa hermandad nos habla su poema “Permanencia del llanto”, una obra breve y luminosa donde la palabra se hace resistencia y ternura.

Esta pieza literaria, de profunda hondura humana y gran aliento revolucionario —aunque lamentablemente poco conocida entre los dominicanos— sigue siendo un llamado a la unidad, al respeto y a la memoria compartida.

 

En “Permanencia del llanto”, Viau transforma el sufrimiento colectivo en conciencia:
> «Nada ha sido tan duro como permanecer de rodillas…
¿En cuál de nuestras manos se detuvo el viento
para romper nuestras venas y saborear nuestra sangre?»

 

En estas palabras, la humillación de los pueblos oprimidos se vuelve canto, denuncia y esperanza. La sangre simboliza la historia común, el dolor que nos hermana.

En otro pasaje escribe:


> «Nos mutilamos al recogernos en nosotros,
nos hicimos menos humanidad.
Y ahora, solos, combatidos,
comprendemos que el hombre que somos es porque otros han sido.»

 

Cada vez que releo estos versos siento que la isla entera respira en ellos.

Aquí el poeta y combatiente domínico -haitiano nos interpela. Nos desafía. Aquí, Viau eleva la solidaridad a principio moral: viene a decirnos que cerrarse al otro es negarse, y reconocerse en el otro es salvarse.

Su voz, nacida entre fronteras, nos recuerda que la isla no se divide en el alma, y que la libertad sólo florece en la fraternidad.Jacques Viau Renaud no fue solo poeta. Fue combatiente y símbolo de unión. En su llanto persiste el amor —revolucionario, humano y caribeño— que aún puede reconciliar a Haití y a la República Dominicana.