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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Las leyes son normas fundamentales diseñadas para garantizar una convivencia armoniosa y respetuosa en la sociedad.

Estas leyes prescriben lineamientos de términos a cumplir por los ciudadanos, pero también de derechos que les circunscriben como seres humanos.

Si bien es cierto que vivimos en un país que lamentablemente la disciplina y moralidad ha quedado lejos y solo plasmada en los libros de textos, pues nos hemos acostumbrado y normalizado casi como un hecho sanguíneo, adaptar las normas a nuestra conveniencia, a nuestra manera como una disonancia cognitiva, literal. Cuando sabemos lo que tenemos que hacer, pero los hábitos arrastran a conductas distintas.

Es un hecho y por tal razón, resulta desde un primer momento para muchos, dudosa la presunción de que un ciudadano quiera actuar bien y en conformidad con la ley ante cualquier inconveniente, sin embargo, aunque muchos quieran distraer o disuadir el cumplimiento de la ley, todos no merecen ser tratados como iguales.

A más de uno les ha pasado que, aunque los semáforos estén funcionando, al mismo tiempo hay varios agentes de tránsito apostados en los mismos para dirigir el tránsito, provocando en ocasiones confusiones o deteniendo la circulación de manera inesperada, induciendo frenar, literalmente en el aro.

En una ocasión, ante un caso tal cual, apostada al volante, ante la señal de pare del indicado, frené para no cruzarme en rojo. De inmediato uno de varios agentes apostados en la intercepción, se acercó y en todo arrogante y voz alta, le indicó a uno de los agentes que me quitara los documentos, ya que, según él, me iba pasar en rojo.

Ante la acusación procedí explicarle que había entendido estaban dirigiendo el tránsito y me detuve por su instrucción, lo cual de manera bochornosa me dijo que eso era “mentira”, no me dejaba expresa, alzando la voz, claramente con intención de humillarme. 

Esta situación no solo me ha sucedido a mí.

Son muchos los ciudadanos que cada día pasan por la situación de toparse con este tipo de “autoridades” que, de manera impositora y arbitraria, ejercen violencia verbal contra ciudadanos que también tienen derecho de exponer sus puntos, que son acosados y atacados en camadas de tres, cuatro y hasta cinco, irrespetan al ciudadano y en lugar de mediar, su tono de voz pareciera más que sus deseos son hacer que el ciudadano se exacerbe y que la situación escale.

No sabemos el nivel de preparación académica que requieren este tipo de labores, sin embargo, consideramos fundamental que los mismos sean formados en prevención de conflictos, pues ya de problemas Republica Dominicana tiene hasta la taza.