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Opinión | TAHIRA VARGAS GARCÍA

Nuestra convivencia social presenta en algunos de sus rasgos la mediación de la violencia. En la cotidianidad se muestran relaciones interpersonales y sociales donde el uso de violencia verbal, física y psicológica es continua y permanente.

Una suerte de desesperación e impaciencia en el trato personal y colectivo baña la interacción social con poco espacio para escucharnos detenidamente, respetarnos y fluir desde el silencio hacia una cultura de paz.

 La cultura de paz se construye en la cotidianidad. Actitudes, valores y patrones de convivencia de forma pacífica y armónica se aprenden en la socialización en la niñez y adolescencia desde múltiples herramientas pedagógicas y desde distintas prácticas sociales.

Una de las principales herramientas para construir cultura de paz es la educación musical.

“Se ha demostrado suficientemente que la música desarrolla la atención, la concentración, la memoria, la tolerancia, el autocontrol, la sensibilidad; que favorece el aprendizaje de las lenguas, de las matemáticas, de la historia, de los valores estéticos y sociales, y que contribuye al desarrollo intelectual, afectivo, interpersonal, psicomotor, físico y neurológico. Investigaciones recientes, realizadas en los Países Nórdicos y en el mundo anglosajón, han seguido los pasos del modelo húngaro, llegando a las mismas conclusiones sobre los espectaculares efectos educativos de la música”. (Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado 2005: 13-16)

La educación musical es una disciplina fundamental en la educación de niños, niñas y adolescentes porque desarrolla su sensibilidad, autoestima y fortalece su identidad cultural. En el momento en que la escuela inicia sus clases en el acto de bandera con danza, toque de instrumentos y canto, la alegría y la armonía permea las aulas y puede extenderse a toda la comunidad. Estos rasgos son fundamentales en la formación de una cultura de paz tan necesaria en nuestra sociedad.

“Niños, adolescentes o jóvenes que cantan, tocan o danzan con sus compañeros, aprenden a escucharse y a sentirse a sí mismos, tanto como a los demás, lo que desarrolla en ellos de forma casi autónoma la valoración del grupo como actor, y el respeto a todos los compañeros”. (IBIDEM).

Impartir educación musical es más que una clase de música aislada o un coro que se forma solo para ciertos “eventos” y “actos”. La educación musical supone un proceso educativo en el que niños, niñas y adolescentes se forman desde edades tempranas escuchando, tocando, danzando, percutiendo y creando música con su cuerpo, su voz e instrumentos musicales e integrando esto a las distintas áreas de conocimiento.

 

La integración de la educación musical como disciplina prioritaria en el currículo educativo (inicial, básica y media) y en la cultura local es urgente.