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Opinión | Profesora Rosario Espinal/analista social

Crecí en una familia profundamente católica y debo parte de mis valores humanos y sociales a esas enseñanzas. No digo esto por pose ni para sonar aceptable, ¡no, no lo necesito! Lo digo porque es verdad y muchos sacerdotes y monjas podrían testificarlo.

Cuando vi al inicio de esta semana en uno de los principales periódicos del país que el Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Francisco Ozoria, dijo que quien apoya el aborto no debe llamarse católico, me sentí (si realmente lo dijo) expulsada de la iglesia por defender lo que considero es un derecho humano de las mujeres: la opción legal de interrumpir un embarazo en situaciones adversas.

Lo primero que voy a enfatizar es que hablar del aborto como una categoría general es errado. No se defiende el aborto en cualquier momento o circunstancia y las iglesias lo saben. Hablar del aborto de manera generalizada es una estrategia para confundir.

Lo segundo es que cualquier ser humano con sentido de compasión (que se supone es un valor cristiano), sería incapaz de oponerse a raja tablas a que la ley permita que se interrumpa un embarazo si peligra la salud de la madre, si el embarazo es producto de un incesto o violación, o si está médicamente comprobado que la vida es inviable.

Una institución que en apenas una década pierde el 18.4% de su mercado debería reflexionar sobre su estrategia y posicionamientos.

Quien obliga una mujer en estas circunstancias a continuar un embarazo tal vez está fallando en ese mandato cristiano de la compasión. Pero, como dijo una vez el Papa Francisco, “¿quién soy yo para juzgar?”

En la República Dominicana, la iglesia católica está enfrascada en luchas que no le suman feligreses, y en el ataque a las tres causales del aborto van incluso en contra de la opinión mayoritaria de la ciudadanía que ha entendido como justo dar el derecho a decidir en condiciones adversas.

Seguir expulsando gente de la iglesia católica con planteamientos grandilocuentes no es postura aconsejable para una institución que pierde feligreses aceleradamente. Veamos los datos.

En el 2008, el 67.6% de la población dominicana se autoidentificaba como católica, mientras en el 2019 bajó a 49.2%. Esto significa una pérdida neta de feligreses de 18.4% en tan sólo una década.

¿Dónde se ha ido la mayoría de los que se identificaban como católicos? Hacia las iglesias evangélicas y hacia el grupo que declara no tener religión.

El porcentaje que se autoidentifica como evangélico subió de 12.1% en el 2008 a 26% en el 2019, para un aumento neto de 13.9%, mientras los que declaran no tener religión aumentaron de 10.2% en 2008 a 18.4% en el 2019, para un crecimiento neto de 8.2% (datos de las encuestas del Barómetro de las Américas, 2008-2019).

Una institución que en apenas una década pierde el 18.4% de su mercado debería reflexionar sobre su estrategia y posicionamientos.

En América Latina, la iglesia católica ha tenido por siglos el predominio religioso, pero en las últimas cuatro décadas, la amplia penetración del evangelismo con amplios recursos de expansión y mecanismos de crecimiento más flexibles por la falta de jerarquía eclesial pone a la iglesia católica en una difícil situación hacia futuro.

Ojo jerarcas católicos: las enemigas de la iglesia católica no somos las mujeres que luchamos por los derechos de igualdad, o que estamos a favor de las causales del aborto. Nuestra lucha es justa, y al final, la justicia vencerá.

Los problemas de la iglesia católica son otros, y bien le convendría a la jerarquía católica indagar mejor y autoevaluarse porque la pérdida de feligresía es muy grande.

Artículo publicado en el periódico HOY