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Opinión | Pablo Mella, sj

El pasado domingo 29 de noviembre, falleció repentinamente, en La Habana que lo vio nacer en 1941, el sacerdote jesuita Jorge Cela Carvajal. Cela fue cubano de nacimiento, pero dominicano de corazón y de militancia.

Su labor como sacerdote en el país comenzó fundando las comunidades eclesiales de base en los barrios de Guachupita, Los Guandules y La Ciénaga en 1973, una vez completados sus estudios de teología en Toronto. Ya había vivido en el país a mitad de los años 60, siendo seminarista, como profesor o “maestrillo” jesuita en el Colegio Loyola de Santo Domingo.

Al poco tiempo de iniciada su labor pastoral como sacerdote, y dados los presupuestos analíticos de la teología de la liberación y el carisma de la espiritualidad ignaciana, Jorge Cela se convirtió en un referente en los estudios urbanos dominicanos y en la organización de los sectores populares de los barrios marginados con vistas a su reconocimiento pleno como ciudadanos. A su formación teológica había unido estudios doctorales en antropología cultural en la Universidad de Illinois y un Diploma en Pastoral para el Desarrollo en Lumen Vitae, Bruselas, integrando en su pensamiento la crítica social característica de aquellos años. Jorge Cela fue el alma y el cerebro de una ciudad de Santo Domingo que no desalojara a los pobres para satisfacer las fauces del turismo global disfrazado de orgullo nacional o de falsa modernidad, un espacio urbano alternativo al deseado por los poderosos, amigos y simpatizantes del balaguerismo. A él debemos expresiones emblemáticas como “Muro de la vergüenza” o “Más de lo mismo” y una teoría original sobre la cultura de los barrios populares dominicanos, producto de una relectura crítica de la “cultura de la pobreza” del antropólogo neoyorquino Oscar Lewis.

En su deseo incontenible de llevar la Buena Nueva de Jesús a los pobres para el siglo XX fundó y animó diversas instituciones que marcaron generaciones de personas que hoy siguen luchando, a su manera y en diversos estratos, por mayores relaciones de justicia en República Dominicana. Detrás del genio creador y el compromiso inquebrantable de Jorge Cela se formaron instituciones que se comprometían con la justicia social contando y empoderando la cultura de los sectores marginados, tomando así distancia de aquellos discursos eurocéntricos que consideraban a los moradores barriales como “lumpenproletarios”. Entre las organizaciones fundadas por Cela se encuentran: Ediciones Populares, el periódico popular Encuentro, el Comité para la Defensa de los Derechos Barriales (COPADEBA), la cooperativa de consumo “Compras Unidas”, Ciudad Alternativa, el Centro Montalvo y el Centro Bonó.

Una vez agotado ese período de su vida, y por obediencia a sus superiores religiosos, Jorge Cela pasó a dirigir el movimiento de educación popular “Fe y Alegría” en República Dominicana. Era el año de 2003. Espíritu incansable, creativo y generoso, tomó esta tarea como si fuera tan suya como las anteriores. Por eso, al poco tiempo, la Compañía de Jesús, organización presente en el mundo entero y que no conoce fronteras, le pidió que fuera el coordinador de la Federación Internacional Fe y Alegría. Dado que su corazón latía en suelo dominicano, Jorge Cela hizo trasladar las oficinas centrales de este gran movimiento educativo a Santo Domingo. Con su reconocida capacidad organizativa y gerencial, pudo dirigir Fe y Alegría internacional y Fe y Alegría dominicana simultáneamente. Bajo la coordinación de Cela, Fe y Alegría se extendió al África y a Europa, superando su regionalismo latinoamericano. Una vez cumplida su tarea en Fe y Alegría, con su corazón universal y encarnado, Cela fue enviado en 2010 a su Cuba natal, para ser superior local de los jesuitas.

Fruto de reconocida labor en Fe y Alegría, Cela fue electo presidente de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina (CPAL) mientras servía como superior jesuita de Cuba. Su primera estadía en Cuba después de haber salido de adolescente fue relativamente corta, de 2010 a 2012. Prestó el servicio de la coordinación latinoamericana del gobierno de los jesuitas entre los años 2012-2017. En este último año, regresó a su Cuba natal, donde fue nombrado director de los Centros Loyola. Abriendo nuevas áreas de trabajo centrados en el emprendimiento y de educación, le sorprendió la muerte. Un infarto fulminante e inesperado lo arrancó de este mundo después de haber superado algunos achaques de salud propios del organismo humano entrado en años. Quienes conocían a Cela se sorprendieron no solo de su muerte, sino de la edad con que partió de este mundo: 79 años. Jorge Cela era un alma joven y entusiasta hasta el último minuto de su vida. Su escritorio fue encontrado en perfecto orden y lleno de símbolos esperando la jornada del nuevo día.

En 1984 Jorge Cela escribió en la revista Estudios sociales (de la que también había sido su director) un artículo de metodología de la antropología social que tituló “Tengo un dolor en la cultura”. Cela era un escritor de prosa clara, sencilla, pero llena de imágenes y por eso muy contagiosa. Era el reflejo de lo que vivía por dentro cuando oraba a quien servía como su Dios humanado, Jesús de Nazaret, “así nuevamente encarnado”, como invitan a sentir los Ejercicios espirituales de san Ignacio en la contemplación del misterio de la encarnación. En aquel artículo, Cela provocaba al lector dominicano con estas palabras:

“Entre las múltiples expresiones de nuestra cultura de la letra está el letrero en la pared (…). Uno de esos letreros llamó mi atención desde la pared de una casa santiaguera. ‘Tengo un dolor en la cultura’ decía el anónimo autor. Una protesta original que inspira esta reflexión sobre el método en antropología cultural. Yo también tengo un dolor en la cultura. De la que se ríe del habla cibaeña, pero no del vocablo inglés. La que proclama que el hombre es de la calle y la mujer de la casa. La que sueña su futuro en Nueva York y dice que aquí hace falta mano dura. La que ‘no se da cuenta’ de su palabra acallada por siglos de opresión histórica. La que sabe que se es gente si no se tiene con qué. La que piensa en pequeñoburgués su realidad de obrero desempleado. La que se mueve en el vaivén de la fábrica de sueños consumista. La que teme crear y oculta vergonzosamente su preñez de identidad”.

Con este artículo abrirá la nueva edición de su principal escrito antropológico, titulado La otra cara de la pobreza. Cela dio el toque final a esta nueva edición ampliada de su obra apenas una semana antes de acabar sus afanes en esta tierra. La Editorial Universitaria Bonó tendrá el orgullo de poner de nuevo la obra y el pensamiento de Cela en manos del público dominicano, especialmente en las de sus amigos y admiradores.

No cabe dudas: la ciencia social que practicaba Cela y que cientos de él aprendieron, tanto en las aulas de la UASD como en el Instituto Superior Bonó donde fue profesor y rector, estaba orientada a cancelar tantas estructuras culturales que desde el disimulo de la cotidianidad marginan y denigran a los pobres y a toda persona que no se considera “normal”.

Con la partida de Jorge muchos tenemos, no “un dolor en la cultura”, sino “un dolor en la justicia”. Se nos ha ido el amigo, el compañero, el sacerdote, el maestro, el hombre bueno, justo, íntegro, tierno y firme que amó profundamente la obra de su Creador, imperfecta, sí, pero siempre preñada de dignidad. Descansa en paz, Jorge Cela. Tu sonrisa y tu energía nos acompañan como bálsamo en estos vericuetos de la historia y la cultura que tanto nos duelen.