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Opinión | Telésforo Isaac / obispo Iglesia Episcopal Dominicana

Debido a la extendida y tirante situación entre Haití y la República Dominicana, es beneficioso examinar con objetividad los estados de condiciones y las motivaciones que afloran de manera reiterativa entre ambos pueblos; las dos naciones necesitan espacios y tiempos permanentes de paz, sosiego y mutuo respeto, a fin de procurar el bien común.

Durante mucho tiempo y con demostrados esfuerzos ha habido perennes y abundantes argumentos sobre ideas y conceptos de los espinosos asuntos de interrelación, migración, conflictos fronterizos, programas de desarrollos, para determinar en las Constituciones para plasmar en la Leyes y los Reglamentos, de los dos Estados, conforme a los códigos legítimos, justos e idóneos de concretizar las soberanías nacionales y obviar posibilidades de peligro y mantener el debido equilibrio inteligente en la isla.

En el debate sobre la forma de tratar las cuestiones de las dificultades fronterizas, migraciones, derechos laborales, asistencias de servicios de salud, y otros diversos casos de conflictos que apuran en las dos alas de la Hispañola, participan: religiosos, políticos, diplomáticos, legisladores, comunicadores, militares, programas de ONGs, y una amplia gama de personalidades de distintos niveles intelectuales, sociales y económicos. La mayoría de los que propugnan por la definición de los asuntos en disputa, lo vienen haciendo con buenas intenciones; más afloran algunos desaprensivos con dualidad de miras.

Generalmente hay claridad de visiones y ponderados señalamientos conforme a los sanos sentimientos patrióticos.  Se propugna por la observancia del trato de la dignidad humana. Se defiende y se mantiene la necesidad de legitimizar   las normas aceptadas de los principios fundamentales de los derechos humanos, así como el debido apego a la observancia de la legitimidad y la dignidad de toda persona viviente.  

Hay, sin embargo, algunas reacciones emocionales de aquellos que son de estrechos en sus conceptos de patriotismo y temerosos de pensar, confiar, actuar con madurez, sensibilidad y potenciados por seguridad personal y colectiva. El Dalai Lama nos hace una muy buena recomendación al decir: “La mente debe ser como paracaídas abierto para caer bien; pues, una mente como paracaídas cerrado es totalmente inoperante”.  

Es cierto que en la República Dominicana hay algunas mentes de paracaídas cerrados o mal ensamblados; pero en la hermana república de Haití se pueden encontrar políticos, intelectuales y miembros de la llamada élite, y otros, mucho más encerrados que en dominicana.  

Sin tener el propósito de enjuiciar con consideraciones inapropiadas del pueblo haitiano, se puede observar que allí los asuntos son muy graves y sin aparente posibilidad inmediata de soluciones, a menos que se efectúe un cambio radical y sostenido.

El espacio para este artículo es restringido; sin embargo, se pueden hacer las siguientes observaciones y decir algunas verdades que no se deben pasar por alto:

Ø  En la clase pensante de Haití, prevalece un falso orgullo que descansa primordialmente en hechos históricos; más, no sirven de experiencias para ser tomados en cuenta para mejorar el presente y avanzar hacia el futuro. Hay un congelamiento en el pasado que no ha servido para “coger cabeza”.

Ø  Por otra parte, ese falso orgullo es una retranca y un veneno o elemento que intoxica el espíritu de superación, dificulta el desarrollo y el mejoramiento político-social y la aceptación de ejemplos sanos que se ofrece en casos especiales; por ejemplo: en conversación con el director de un importante periódico digital editado en Miami por un intelectual haitiano, él se jactó en decir: “el único país donde han incidido los estadounidenses y que no se juega béisbol es Haití”. El amigo no sabe que un pelotero dominicano puede ganar en unos años el equivalente del presupuesto de un año de esa nación.

Ø  Hay algunos políticos, intelectuales y empresarios haitianos que expresan su tradicional malquerencia y odio por los dominicanos. Tal vez sea por el trasfondo histórico o emulación. Sin embargo, entre estos hay quienes ven como una brecha ventajosa que sus conciudadanos más pobres, puedan emigrar como braceros a la República dominicana, y así alivianar la presión social que causa la falta de oportunidades de ganarse la vida en ese país. 

Ø  El reverendo MacDonald Jean, Ph. D. miembro de la Junta de Notables del pasado gobierno provisional de Haití, activista político y ex-senador, en una entrevista de la revista The Episcopalian” del 23 de marzo de 2004, dijo lo siguiente: “Me es difícil explicarlo; pero, debo decir lo que creo: todavía no se ha compuesto la nación haitiana. Todavía no somos un conglomerado. Aun no nos hemos unificado en nuestras comunidades”.

Ø  El Dr. Jean, sigue diciendo: “Vivimos unos al lado del otro, pero no como una gran comunidad que puede ser llamada una nación. No tenemos objetivos, propósitos, metas, preocupaciones ni metas comunes. La falta de metas comunes lo que crea es caos. Cada grupo quiere tener poder, pero no lo ejerce para el bienestar de toda la población”.

En estas condiciones y con esa mentalidad, los tratados y convenios entre los gobiernos de los dos países, podrían tener algunos tropiezos ambos lados de la frontera, porque hay personajes y grupos que posiblemente tratarían de atentar contra los más sinceros y esforzados intereses de los gobernantes y de las personas que actúan en buena fe.

 Aunque Haití y la República Dominicana cohabitan en una misma isla, se mantendrán interdependientes sobre las columnas de sus propias soberanías y así será. Estos dos pueblos están llamados a ir hacia delante alentados con planes y programas bien concebidos, estimulados por intelectuales de mentalidades como paracaídas abiertos, vigorizados por dinámicos empresarios, confiados en políticos serios y dirigidos por gobiernos democráticos estables y firmes, así mejorarán cada día sus condiciones de Estados.