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Opinión | Leonardo Boff/Teologo de la Liberación

En Brasil estamos saliendo finalmente de una profunda crisis que casi destruye los fundamentos no sólo de nuestra democracia sino de nuestra civilización todavía en proceso.

Fuimos dominados por una barbarie cuyos actores, en su mayoría, eran verdaderos criminales. Estamos respirando políticamente aires de decencia, de voluntad firme de garantizar la democracia y el Estado de derecho democrático. Que nunca más vuelva a ocurrir la trágica e insólita depredación de los tres palacios sagrados que hacen funcionar a nuestro gobierno.

No mejor y con rasgos de tragedia es la situación general del mundo con la creciente degradación del planeta, el aumento ya incontrolable del calentamiento global, que ha inaugurado un nuevo régimen climático, para peor, hasta el punto de que en la COP sobre el clima celebrada en Egipto en enero de este año el Secretario General de la ONU, António Guterrez, advirtió: “O cerramos un pacto de solidaridad climática o un pacto de suicidio colectivo”. Serias palabras de un hombre serio.

La crisis planetaria. No es solo coyuntural sino estructural, pues destruye nuestro sentido de vivir juntos. Puede ser una tragedia de resultado devastador, como en el teatro griego, o un drama cuyo final sea bienaventurado como en la liturgia cristiana. Depende de nosotros y de nuestra capacidad de decidir si será una cosa o la otra. Pero crece la conciencia de que nos acercamos al momento en que tenemos que decidir, en caso contrario, la crisis dejará de ser drama para volverse tragedia colectiva, como advertía sabiamente el Secretario General de la ONU.

Desde la llegada del existencialismo, especialmente con Sören Kierkegaard, la vida es entendida como un proceso permanente de crisis y de superación de crisis. Ortega y Gasset mostró en un famoso ensayo de 1942 que la historia a causa de sus rupturas y reanudaciones tiene la estructura de crisis. Esta obedece a la lógica siguiente: (1) el orden dominante ya no tiene un sentido evidente; (2) empieza la crítica y la percepción de que se levanta un muro delante de nosotros, por eso reinan la duda y el escepticismo; (3) urge una decisión que crea nuevas certezas en otro sentido; ¿cómo decidir si no se ve claro? Pero sin decisión no habrá salida para la crisis; (4) tomada la decisión, aun con riesgos, se abre un nuevo camino y otro espacio para la libertad. Se superó la crisis. Comienza un nuevo orden. 

La crisis representa purificación y oportunidad de crecimiento. No es necesario recurrir a los caracteres chinos de crisis para saber el significado de esta. Basta recordar su origen más ancestral en el sánscrito, matriz de nuestra lengua. En sánscrito, crisis viene de kir o kri que significa purificar y limpiar. De kri viene crisol, elemento con el cual limpiamos el oro de la ganga, y acrisolar que quiere decir depurar. Entonces, la crisis representa un proceso crítico, de depuración de lo esencial: sólo lo verdadero y sustancial queda, lo accidental y añadido desaparece. A partir de lo esencial se construye otro orden.

Pero todo proceso de purificación no se hace sin cortes y rupturas. De ahí la necesidad de una decisión. La de-cisión opera una cisión con lo anterior e inaugura lo nuevo. Aquí nos puede ayudar el sentido griego de crisis. En griego krisis, crisis, significa la decisión tomada por un juez o un médico. El juez pesa y sopesa los pros y los contras y el médico conjuga los distintos síntomas; entonces ambos toman una decisión sobre el tipo de sentencia o sobre el tipo de tratamiento para la enfermedad. Ese proceso decisorio se llama crisis. Tomada la decisión, desaparece la crisis. El evangelio de San Juan usa 30 veces la palabra crisis en el sentido de decisión. Jesús comparece como “la crisis del mundo”, pues obliga a las personas a decidirse. 

 

En Brasil posponemos siempre las crisis que nos obligarían a dar un salto cualitativo frente a las profundas injusticias sociales con los pobres, la población negra, los quilombolas, los indígenas, de los cuales hace días testimoniamos tristemente el verdadero genocidio del pueblo yanomami.

Siempre se hacen conciliaciones con el pretexto de la gobernabilidad y así se preservan los privilegios de las élites. La crisis del capitalismo es conocida. Es un sistema perverso que consiguió tomar todo el planeta con su industrialismo y el sueño ilusorio de un crecimiento ilimitado. Él, no simplemente la humanidad, es el factor principal de la crisis del sistema-vida y del sistema-Tierra. Sus grandes corporaciones con sus CEOs y técnicos están más preocupadas en asegurar sus ganancias que en tomar medidas para equilibrar la emisión de gases de efecto invernadero y librar al planeta de una tragedia anunciada.

Es un sistema tan engrasado que funciona por sí mismo como un robot, poniendo en peligro el equilibrio del planeta que debe garantizar el sostenimiento de nuestras vidas. O superamos este sistema de un industrialismo voraz o él volverá el planeta inhabitable para ellos y para todos. 

Bien dijo Platón en medio de las crisis de la cultura griega: “las cosas grandes solo suceden en torbellino”. Con la de-cisión, el torbellino y la crisis desaparecen y nace una nueva esperanza. ¿Podemos esperar eso para nuestra generación sometida a tantas amenazas?

El esperanzar de Paulo Freire nos puede inspirar: no solo esperar que las cosas sucedan para el bien por sí mismas, sino crear las condiciones objetivas para que la esperanza se transforme en un nuevo orden, en el cual, en palabras del Maestro ”la sociedad no sea tan malvada y no sea tan difícil el amor”.

*Leonardo Boff es filósofo y ecoteólogo y ha escrito: En busca de la justa medida: el pescador ambicioso y el pez encantado,Vozes 2022.

Traducción de MªJosé Gavito Milano