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Opinión | Riamny María Méndez Féliz

Hace meses una señora me dijo que no quería que un “área verde” que en ese momento estaba oscura, sucia y abandonada se convirtiera en un parque iluminado porque “después viene la gente de los barrios”.

No es rica. Es una persona de clase trabajadora con un sueldo lo suficientemente alto como para endeudarse por 20 años y comprar un apartamento en un sector de clase media, más o menos…

Su posición me pareció tan absurda que no supe qué contestar. ¿Prefería un terreno oscuro cerca de su casa a un área iluminada, con niños que jueguen entre los árboles, ante la posibilidad de que entre ellos se encuentre el hijo del conserje? Pues sí, asunto de estatus. No quiere niños empobrecidos en su patio, mejor que la zona se convierta en un basurero improvisado.

Recordé la conversación porque esta semana le comentaba a alguien que sería conveniente que una ruta de guaguas atravesara la calle Guayubín Olivo, en Vista Hermosa, Santo Domingo Este. La persona respondió que sería un error de los vecinos aceptar tal cosa, porque entonces “gente de los barrios” pasaría por esa calle. Le respondí que claro, porque ahí también trabaja “gente de los barrios” en casas, colegios y pequeños negocios. Además, argumenté que los pequeños negocios se pueden beneficiar de un mayor tránsito, y la zona sería, quizás, más segura. Todas estas razones: de movilidad, económicas y hasta de seguridad no convencieron a mi interlocutor.

Esa conversación, a su vez, me recordó un incidente que me afectó en su momento: hace años trabajaba en una oficina cerca del Mirador Sur y llegaba allá en una guagua de San Cristóbal, luego de un tiempo el autobús dejó de circular y pregunté a los choferes el por qué. Me informaron que a algunos vecinos les molestaba esa ruta, se quejaron con alguna autoridad y tuvieron que dejar de pasar por la zona. Claro, muchos de esos vecinos no solo tienen carro, también chofer.  

Entonces pensé que no pertenecía a la zona de la ciudad en la que trabajaba, la idea no se me había ocurrido antes, porque siempre me ha encantado el Mirador Sur.  Y si no pertenecía, y esa zona de mi ciudad no era mía, ¿esos que me excluían sentían que compartían la patria conmigo? ¿En qué pensaban cuando sacaban sus banderitas los 27 de febrero y se llenaban el pecho de orgullo dominicano?, porque había unos dominicanos trabajadores y decentes a quiénes, sin motivo alguno, no querían en el espacio público que estaba cerca de sus residencias.

Me consta que esos autobuses no hacían desorden. De hecho, el desorden era provocado por carros privados que se parqueaban sin respetar ninguna ley de tránsito. Al limitar el transporte colectivo en determinadas zonas, creo que en el fondo se pretende reducir la presencia de gente de sectores populares, y de paso les hacen la vida más difícil a los trabajadores. En mi caso no fue así porque tenía la posibilidad de llegar tanto en taxis, que muchas veces cubría la institución, como en carros privados con algunos amigos. Aún así, me duró semanas la desagradable sensación de que no pertenecía a esa parte de la ciudad, me gustaba tomar ese autobús, ya hasta conocía a la gente que hacía la ruta.

Todo esto viene a cuento porque hace poco representantes de una junta de vecinos dijeron en un medio de comunicación que se oponía a que un centro privado empezara a formar parte de la red de educación pública. ¿Qué cambiaría para esos vecinos con esa decisión? No es un tema de tránsito porque a fin de cuentas en el lugar siempre ha existido un colegio, así que no se trata de una modificación de uso de suelo. ¿Qué les preocupa?

No lo decían con claridad, pero intuyo que les preocupa que niños de sectores populares y marginados lleguen ahora a un instituto al que antes solo iban hijos de gente de clase media, y caminen por sus residenciales. Esa misma clase media que habla sobre cómo se han perdido “los valores”, con frecuencia se niega a facilitar la integración, mientras hace discursos sobre la solidaridad perdida cuando su carro se daña en una avenida y casi nadie se detiene a ayudarles.

¿Cómo sentir que perteneces a una ciudad que te excluye? ¿Cómo le pedimos a la “gente del barrio” que ayude a un sector de clase media en una situación de emergencia cuando “la gente de los residenciales” prefiere tener una zona oscura e insegura a que sus niños un día, por casualidad, se junten en el parque con el hijo del conserje?

¿Cómo puedes pedirle empatía contigo para, por ejemplo, ayudarte a salvar tu carro en caso de una inundación a gente que no quieres tener a tu lado? La idea de pertenencia y de que todos, de algún modo y más allá de nuestras diferencias, estamos en un mismo barco, se forja en esos espacios donde nos encontramos y descubrimos que tenemos cosas en común, y que en momentos difíciles podemos arremangarnos la camisa y tirar juntos del carro. En una sociedad tan desigual como la dominicana, bien nos haría no seguir amplificando las diferencias y “bajarle un dos” al clasismo, para que no se pierdan definitivamente “los valores” que nos recuerdan las banderas que con orgullo exhibimos el 27 de febrero.