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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Desde el inicio de la Revolución Industrial por allá por los años 1760 y 1840, el mundo ha estado agenciado y gestionado por un sistema de producción común denominado el “capitalismo”.

Dos acontecimientos históricos propiciaron la fundación del capitalismo moderno, en la segunda mitad del siglo XVIII: la presentación en Francia de los fisiócratas y la publicación de las ideas de Adam Smith. Ambas corrientes apostaban por un orden económico alejado de la intervención del Estado, un argumento que favoreció el inicio de la Revolución industrial, la cual logró su mayor apogeo en el siglo XIX.

Las inhumanas condiciones de trabajo que caracterizaron este periodo llevaron a que surgieran numerosos críticos del sistema; sin embargo, el primero en desarrollar una teoría coherente en contra fue Karl Marx, quien atacaba la propiedad privada de los medios de producción. No obstante, el capitalismo siguió prosperando para convertirse en el principal sistema socioeconómico mundial de la época.

De forma feroz, de la mano de la revolución industrial y todo el desarrollo tecnológico que trajo consigo, más la consolidación del capitalismo, se fueron conformando las grandes potencias mundiales, quienes una vez despegaron, no se detuvieron en su carrera por generar y generar más riquezas, sin evaluar los costos sociales y medioambientales que aquella sed podía generar a largo plazo.

Fueron muchos los países en el mundo que no pudieron adaptarse a las nuevas condiciones de producción e intercambio comercial que imponía el capitalismo, desde entonces se quedaron atrás, constituyendo los países sub- desarrollado o en vías de desarrollo, los cuales, aún a pesar del tiempo, no han podido superar esta condición y solo les ha tocado vivir con las consecuencias de un capitalismo acelerado que ha sacrificado sus recursos naturales y ha enfermado nuestro medio ambiente.

Sin dudas la visión del liderazgo que asumió el capitalismo fue determinante para gestar una forma de producción que, desde sus inicios, era evidente no generaba bienestar ni al medio ambiente ni a las personas. 

Este ritmo de uso y usufructo continúo su ritmo y no fue hasta el año 1857 cuando el informe de Brundtland, redactado en la ONU, por la Doctora Gro Harlem Brundtland, y que se llamó originalmente “Nuestro Futuro Común”, alertaba a los países que formaban parte de este conglomerado, sobre los efectos devastadores que estaba ocasionando al medio ambiente el sistema de producción y la necesidad de promover la transición hacia gestiones más sostenibles y amigables con el medio ambiente.

Desde entonces la sostenibilidad se ha mantenido en la palestra pública y ocupa el primer en las discusiones de los grandes grupos mundiales, buscando convencer sobre la veracidad de los daños causados, tratando de establecer consensos de políticas transversales, que mejoren la actual situación del medio ambiente y buscando la forma para la adherencia de responsabilidades de los sectores productivos señalados como los mayores contaminantes.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos por definir una línea común de protección y defensa común, existe la mentalidad generalizada de que la sostenibilidad cuesta y no es rentable para las empresas, paradigma que es necesario derribar como forma de compromiso y concientización.

Empresas como Cisco Systems Inc. dedica a la fabricación y consultoría de equipos de telecomunicaciones, destaca a nivel mundial por sus labores relacionadas a la inclusividad, iniciativas destinadas a ayudar a personas sin recursos, a potenciar la economía circular y a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Orsted A/S, En tan solo 10 años, Orsted ha cambiado un modelo negocio que empleaba un 85% de combustible fósil en sus procesos. De esta forma, ha pasado de trabajar con petróleo y gas natural a imponerse el reto de que sus emisiones de carbono lleguen a cero en 2025. Es decir, quiere alcanzar la llamada neutralidad de carbono.

A nivel regional, destacan empresas como Bimbo cuyo compromiso se centra en cuatro ejes clave: huella de carbono, huella de agua, manejo de residuos y capital natural.

La empresa del osito es la responsable del mayor sistema de energía solar en techos en México y el segundo más grande en América Latina. Es la primera marca del país en ostentar un certificado de energía limpia para generación distribuida.

Además, la empresa ya reutiliza el 74% del agua que se consume en sus plantas para su uso en sanitarios, el riego de áreas verdes y en el lavado de vehículos.

Como parte de este compromiso con el cuidado de nuestro planeta, Grupo Bimbo anunció que desde 2020 se propuso crecer en cuatro mil unidades su flotilla de vehículos eléctricos de reparto en México.

Para desmitificar los mitos, es importante que las empresas exploren oportunidades de negocio derivadas de comprometerse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ya que hacer un mundo mejor es tarea de todos y encontrar formas de vivir y operar es una necesidad urgente que no se puede postergar.

De nuestra parte como ciudadanos, jugamos un papel vital ya que tenemos el poder de decidir los tipos de productos y servicios que consumimos de manera inteligente y crítica y de esta manera poder incidir en que las empresas encuentren valor en la sostenibilidad.