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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

La gestión de los desechos sólidos se ha constituido en una problemática de escala mundial, en vista de que cada año, de la mano con el crecimiento poblacional, se registra un aumenta en la cantidad de toneladas de desechos que son liberados al medio ambiente, en vertederos a cielo abierto, lo cual ha devenido en inconvenientes medioambientales, que también afectan la salud de las personas.

Para el año 2020, se reportaba a nivel mundial una producción de desechos sólidos que rondaba los 2.01 billones de toneladas netas, lo cual se proyectó que ha 2050 escalaría a los 3.40 billones de toneladas. De estos, el 80% de los residuos son generados en zonas urbanas y en su mayoría van a parar directamente a vertederos informales o no tratados que contaminan los suelos, las aguas subterráneas, la salud y biodiversidad de las poblaciones cercanas o en su defecto, a los océanos, perjudicando la vida marina.

Y es que, por aspectos culturales y educativos, los consumidores estamos acostumbrados adquirir los productos e insumos, y una vez ya no le encontramos utilidad, prescindimos de ellos, arrojándolos a contenedores donde se almacén todo tipo de desechos, sin previa clasificación, impidiendo que los mismo en adelante puedan ser aprovechados, ya que, al estar mezclados, se contaminan y no pueden ser reutilizados o reciclados, cuando el 90% de esos desechos pueden ser valorizados si se cumplen los debidos procesos posterior a su uso.

Es por ello, que hacemos énfasis en la importancia de la educación para promover cambios de hábitos y de cultural, únicos que puede asegurar un futuro prometedor y resiliente para las futuras generaciones, tanto en este como en todos los aspectos de la vida.

Se estima que, a nivel regional y local, nuestros índices de reciclaje rondan el 4-5%, cifras relativamente bajas si extrapolamos con el aumento en los niveles de consumo, la cantidad de desechos sólidos que van a parar a los vertederos y la limitada aplicación de políticas que promuevan la educación ambiental, la inserción en la cultura de la clasificación de residuos y el reciclaje, así como leyes determinantes para de manera paulatina, ir sustituyendo los plásticos de 1 solo uso.

 Del conglomerado de agentes contaminantes, la contaminación por plástico es uno de los principales desafíos ambientales de este siglo, ya que miles de toneladas van a parar a los océanos, en gran medida por la falta de sistemas eficientes de gestión de estos, que permita revalorizarlos y volverlos a la cadena de suministro.

En el caso de nuestro país, la República Dominicana, se generan aproximadamente 88 mil toneladas de residuos, solo de plástico, al año, de los cuales apenas se gestionan 22 mil, quedando el resto contaminado el ambiente, el mar Caribe y los ríos.

Aunque ultimadamente se han iniciado varias iniciativas como la Ley de 225-50 sobre Sobre Gestión Integral y Coprocesamiento de Residuos Sólidos, la cual busca contribuir a darle un mejor uso a los residuos, a proteger el medioambiente, cuidar la salud de la población y disminuir la generación de gases de efecto invernadero, lo cual ha incidido en el desarrollo de iniciativas tanto públicas como privadas, preocupadas en analizar y estudiar la situación y poner en práctica propuestas de posibles soluciones.

Sin embargo, es necesario que esta ley sea democratizada, hacerla accesible e inclusiva a la gente común y corriente, a los que suelen sufrir de manera más feroz los efectos hostiles del cambio climático, ya que representan los sectores más vulnerables.

Por esto, es importante incluirlos y acercarlos al conocimiento de estos programas, otorgarles herramientas y facilidades sobre el manejo de los desechos sólidos, incluirles en actividades de educación y promoción de cultura medioambiental, para que de esta manera puedan empoderarse y replicar en sus respectivas comunidades y aportar en la promoción de buenas prácticas.

 La cuestión del cambio climático hay que llevarla más allá del discurso, del activismo interesado y lucrativo y de las redes.