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Historia de vida… | Graciela Azcárate/Especial para Espacinsular

“...Padre ai lemando bender una cautibita en siento sincuenta pesos y dos Corte de paño fino yo espero este fabor de U. Que me aga por que etoy muy pobre ...”

 (Carta de Manuel Baigorrita, Poitagué, 4 de marzo de 1878, al padre Marco Donati) Cacique ranquel asesinado en 1879 por el ejercito de Julio Argentino Roca.

  “Este silenciamiento es único, por sus extremos, en todo el continente”

(…) “Argentina es el único país de las Américas que ha decidido, con éxito, borrar de su historia y de su realidad las minorías mestizas, indias y negras”.  (…) Es como si las minorías raciales nunca hubieran existido. La negación ha sido una de las estrategias para lograr su desaparición. Se ha callado u omitido una realidad, excluyéndola de la tradición y de la historia”.

(…) “Oír exige cambiar, llevar a la practica la responsabilidad: la capacidad de compartir, de responder, de ponerse en la situación  del otro. Pero esa capacidad parece superar siempre  a las sociedades”

 “Cautivas argentinas: a la conquista de una nación blanca”. Susana Rotker. Rutgers University.

 Confieso que las páginas interactivas me seducen. Una vez que ponen los textos espero impaciente los comentarios. Me encantó a rabiar cuando un amigo cubano después de un coño cubanísimo me dijo que mis historias de vida tenían la cualidad de destriparlos a todos. Otra lectora interactiva también cubana me escribió que la crónica de ese día había sido brutal refiriéndose a “Esos recuerdos…que se aparecen”.

Evoqué   a la rumana Herta Muller, premio Nobel de Literatura 2009,  cuando  relata en una entrevista que al morir el padre ella empezó a escribir por primera vez para saber quién era, también dijo que escribir para ella es un tormento.

Escribo desde los seis años en que me llevaron a la escuela primaria y me enseñaron a leer y escribir. Cuando regresaba del colegio mis tías me daban la merienda y yo les leía mis redacciones. Las maestras me felicitaban, ponían notas de alabanzas y mis tías aplaudían y lloraban. Las maestras y las tías fueron mi primer y mejor auditorio interactivo. A los catorce años, mientras se desintegraba el matrimonio de mis padres yo seguía escribiendo a escondidas para comprender el desastre. Mi madre como Torquemada revisaba y quemaba todo lo escrito y estoy  segura que  si hubiera leído el mensaje a lo mejor nos hubiéramos salvado los tres. A diferencia de la rumana la escritura para mí no es tormento sino el salvoconducto para la vida. El descuartizamiento, lo brutal, lo terrible, es la realidad que me lleva la mano sobre el papel simplemente para sacar un pasaporte a la vida.

Lectura y escritura son mi oxigeno. Cuando escribo no lo hago para ser didáctica,  ni para dar un tono moralizante, ni siquiera para dar consejos. Es una forma de baño diario, como esa ducha refrescante que nos saca la mala onda del cuerpo, se escurre por el desagüe y nos colma de energía.

A pesar de los años  que tengo sigo con la misma curiosidad por las personas, la historia, mi entorno, mis amistades, mis hijos, la vida de todos los días.

Me gusta la gente, me sugieren cosas, me siento alimentada cuando los observo y evoco. Y no es la actitud del escritor  caníbal  en torno de un argumento para su novela. No. Es que lo que les pasa a los de mi alrededor me multiplican y explican.

Por ejemplo, en enero, al morir Tomas Eloy Martínez, el que fue secretario de cultura cuando estuvo de visita y una periodista lo recordaron.  Reprodujeron entrevistas, declaraciones y fotos.

 

Es cierto.  En mayo del 2004, Tomas Eloy Martínez visitó la Feria Internacional del libro  de Santo Domingo invitado por el Banco Popular y Editorial Alfaguara. Como argentina y escritora me pidieron que hiciera su presentación y escribí un texto titulado “El espejo de Primo Levi” donde con una observación de Nadine Gordimer explico lo que es la metamir y ese espejo que refleja el escritor en sus escritos  de lo no contado y escamoteado a la realidad.

Al morir también  lo recordé.  Pero por distintos motivos. La única diferencia es que su muerte no me tomo de sorpresa. A fin del 2009, me reencontré con gente del pasado. La impresión que me produjo ese encuentro  con hombres  argentinos de treinta años atrás me hizo preguntar que hay en el pensamiento masculino, que hay en el trasfondo de la sociedad argentina para que como una constante se reproduzcan genocidios, exilios, olvidos , sevicias, torturas, silenciamientos, linchamientos consentidos, tiros, incendios, vuelos de la muerte y desapariciones.

Lo que recuerdo de ese encuentro seis  años atrás es que al terminar de leer mi presentación, cariñoso, me pidió que le diera una copia del texto. Me preguntó de dónde había sacado eso y porque,  cómo había llegado a Santo Domingo y si me sentía a gusto. Sin dudar le dije que era agradecida pero que me sentía una fronteriza, una extrañada, alguien en el exilio, que no es de ninguna parte, que le han hecho un lugar hospitalario pero que muchas veces no la entienden, ni ella  a ellos. No por maldad sino porque son diferentes. Pero que a pesar de eso me sentía cobijada y que nunca se me había ocurrido volver a Buenos Aires.

Al despedirnos me dedicó todos los libros que guardaba de años y al entregármelos me dijo: “Disfruta de la toldería que sos la cacica”.

 Recién entendí esa frase cuando se murió  el 6  enero del 2010 y el periódico La Nación de quien fue por muchos años su colaborador  le dedicó  un número especial. Entre los textos destacaba un texto entrañable donde recuerda a la que fue su segunda esposa.  

Susana Rotker, venezolana, hija de judíos del Holocausto, veinte años más joven,  muerta en un accidente de tráfico  a la salida de un evento en la universidad de Rutgers donde trabajaban los dos como profesores.

Me pareció tan elegiaco el recuerdo de ese hombre por la mujer amada que busqué en la red la  historia de esta escritora venezolana y encontré una monografía escrita en 1997 titulada:” CAUTIVAS ARGENTINAS: A LA CONQUISTA DE UNA NACIÓN BLANCA”  donde al fin develé porque el 2 de mayo del 2004  me dijo que yo era la cacica y esta mi toldería.

A principios de año al leer los periódicos  argentinos  la crónica policial desbordaba de mujeres muertas a golpes, incendiadas con alcohol, reventadas a martillazos, mujeres de los países limítrofes traficadas para la prostitución  o encerradas en talleres de confección de ropa como esclavas, los suicidios en masa de adolescentes salteñas eran un tendal de muertes en cadena  y la  indiferencia  de la sociedad argentina  era similar a la que vivimos aquí.

Porque aquí los periódicos sacan a diario la crónica roja de muchachitas violadas por diputados,  embarazadas o abusadas por sus familiares masculinos,  adolescentes que dan a luz y son entregadas sin órganos , bebitas a las que les inoculan diazepan y se mueren de un paro cardiaco, pobres mujeres mendigando con su hijo tullido en una silla de ruedas mientras los funcionarios dicen que sí: que están haciendo un seminario para decidir cómo van a hacer más fácil la vida de los jóvenes, o la Secretaria de la Mujer prepara manuales para ensenarles a los periodistas como no ser sexistas en el tratamiento de la noticia,  mientras la tasa de mortalidad infantil se dispara, los abortos terapéuticos están abolidos en  la  nueva Constitución  y los titulares de la prensa vaticinan que el país puede convertirse en el país más violento del Caribe.

Me di cuenta  que mi reflexión y pregunta de  principios del  2010 ¿qué se cocina en el alma de los hombres argentinos? no es asunto de argentinos  si no el problema cultural del  patriarcado. Y sé que esa palabra esta tan usada  y desgastada que ya no significa nada.

Lo enriquecedor  de haber recordado a Tomas Eloy Martínez no fue decir que me saque una foto, me firmó los libros o la cortesía con que nos saludó  a todos por ser sus anfitriones sino lo que su literatura, su actitud como persona y como escritor nos habían influido.

Por ejemplo, releí “El espejo de Primo Levi”, y me di cuenta que eso que el menciona como algo muy enfermo y perverso en el alma de la sociedad argentina era copiado como un símil por la sociedad dominicana.

 Ensimismada, pensando en esas cotas de horror  a las que llegan algunos hombres en su afán de poder  releí “El vuelo de la reina”  para entender o tratar de comprender porqué un periodista de sesenta años mata a tiros a una periodista  de treinta que deja de quererlo y quiere dejarlo.

 El personaje de Carmona y de Reina Ramis en la ficción me revivió ese estremecimiento y miedo que siempre me sacude  como si fuera una chiquilla  reviviendo el trato que los hombres argentinos dan a sus mujeres. No importa el tiempo histórico, la condición social, si es rica, pobre, de clase media, vieja, joven o niña.

En aquel momento, pensé que estaba marcada por la forma de ser de mi padre. Era un exiliado español. Llegó con 17 años a Buenos Aires, en 1923 huyendo del servicio militar en la guerra del Marruecos español. No era autoritario, no era invasor ni impositivo. Era silencioso, leía a todas horas, era muy culto me quería mucho  pero a su modo. Nunca alzaba la voz, era protector, le encantaba cocinar, cultivar rosas, hacer muebles de madera  y careció de la firmeza de carácter para limitar a mi madre y su locura.

En cambio, los hermanos de mi madre, los vecinos, el entorno masculino era una multitud vociferante, agresiva.  Los recuerdo  como una horda que me aturdía y aterraba.

Uno de los hermanos de mi madre, el tío Osvaldo sencillamente me daba escalofríos. Era manifiesto el desprecio que todos esos hombres sentían por mi padre lector, silencioso y cocinero.

Papa se murió a los sesenta años de un paro cardiaco, en 1967.  Diez años después  en cuanto pude me escape de Argentina para nunca más volver.

Mientras reflexionaba en los hombres argentinos con los que me relacione  pensé que siempre esas relaciones estuvieron marcadas por la diferencia entre esas distintas masculinidades en las que fui criada. Llegué a una conclusión que me pareció estremecedora pero lucida.

Mientras mi padre cocinaba, me hacia los dibujos para la escuela, me contaba historias de su madre, sus hermanos y Asturias, me llevaba a nadar al Rio de la Plata, me acompañaba  a una tienda de pintores y me compraba un caballete vertical pero de los caros para pintores consagrados porque la profesora de dibujo lo llamó  y le dijo que tenía talento y debía ir al taller de Demetrio Urruchua a aprender pintura, mientras él era suave y sereno, los argentinos de la familia de mi madre eran violentos, intrusivos, vociferantes. Era un padre protector, encarnaba para mí el papa que nutre, alienta y  enseña para la vida. Cuando él se murió yo tenía apenas 17 años y me quede sin protección.

 Para mí,  los hombres del entorno eran una amenaza  y los viví  como algo que tenía que aceptar con resignación porque no hay escapatoria. Una debe si puede elegir  de entre los lobos el menos lobo de la manada para que te proteja y  lo elige aun sabiendo que después te va a comer.

El libro de Susana Rotker narra en el marco de la historia y el desarrollo de la campaña del desierto y de la conformación del Estado Liberal cómo son las relaciones de poder, de dónde sale la mano de obra esclava y de paso nos explica la larga historia del feminicidio argentino.

Que no es más que la larga historia del feminicidio de  la mujer en el mundo y a través de los siglos.

El libro de Susana Rotker, es extenso, minucioso y de una lucidez extrema. Describe  a esa mujer blanca que se convierte en cautiva y va a dar a la toldería del indio  y que en su cautiverio y olvido cuestiona el orden y las posesiones de los padres de la patria. Se silencia el olvido.

Se silencia que esa mujer se libera en la toldería, que su cacique la cautiva sexualmente, que se convierte en la cacica que ama a su compañero de piel cobriza, a sus hijos mestizos, que prefiere el desierto, la toldería, la intemperie y la rudeza de las costumbres nómades a la sevicia del  hombre blanco en la ciudad.

Lo extraordinario de esa monografía es un párrafo que me electrizó: “Este silenciamiento es único, por sus extremos, en todo el continente”

Y agrega: “Argentina es el único país de las Américas que ha decidido, con éxito, borrar de su historia y de su realidad las minorías mestizas, indias y negras. (…) Es como si las minorías raciales nunca hubieran existido. La negación ha sido una de las estrategias para lograr su desaparición. Se ha callado u omitido una realidad, excluyéndola de la tradición y de la historia. El silencio ha tenido consecuencias asombrosas para toda forma de heterogeneidad en la Argentina: a los indios, exterminados, no se les concedió ni siquiera el mito de los orígenes y es rara la historia argentina que comience mucho antes del período de la Independencia de España.

 A los negros se los fue eclipsando lentamente y por completo, mediante una política de blanqueamiento aún más exitosa que las guerras de exterminio. Luego de la Conquista del Desierto comandada por el general Julio A. Roca, se inició una política tan vigorosa de sustitución de la población local que hacia 1914 el 30% de los habitantes había nacido en el extranjero.

Los afroargentinos "desaparecieron" a un ritmo asombroso: a comienzos del siglo XIX una de cada tres personas de Buenos Aires era negra, mientras que a fines de la década de 1880 la proporción se redujo a menos del dos por ciento”.

David Vinas , en “Indios, ejércitos y frontera” habla del “discurso del silencio” o silencio cultural sobre el exterminio de las poblaciones indígenas, los llama,  en un significativo  gesto de espejos que se repite, “los desaparecidos de 1870” y es esa costumbre de “desaparecer”  franjas sociales  que no corresponden con la imagen que la  nación  quiere tener de si,  remite  también a los miles de desaparecidos  un siglo después durante la llamada guerra sucia de la dictadura militar de 1976 a 1983.

Se niegan fragmentos del pasado o del presente, se evita la negociación, “no importa si hubo desaparecidos y  culpables invictos, una y otra vez se impone el principio  de organización restrictivo: “y aquí no ha pasado nada”.

“El tema es incómodo: se trata de mujeres blancas, “una cautiva” en tierra de infieles, de victimas a la fuerza que desaparecen para la sociedad de “la gente decente”.

Los indios desaparecen, los negros desaparecen, las mujeres blancas de la frontera también desaparecen de la realidad y de la historia.

No se habla más.

 “Vastos sectores  sociales son barridos a conveniencia, pero entonces, la identidad de una nación se define mediante negociaciones, sus rituales, por la forma en que inventa sus tradiciones, por sus prácticas sociales. Y por sus pactos de silencio”.

Cuando leí lo que dice Susana Rotker de las cautivas de 1879, me di cuenta lo importante que es recordar el paso de Tomas Eloy Martínez por la Feria del libro de Santo Domingo. Porque lo relevante no es la foto o lo que escribimos o nos dijo sino como nos cuestiona como país en esa identidad que surge  desde la negación.

“Repensar hoy esa identidad nacional obliga a eludir los marcos oficiales en busca de los restos, de las huellas de resistencia, de lo que no se deja olvidar”

(…) “La palabra escrita equivale a los rituales de la tribu, en el sentido que prolongan roles, refrescan tradiciones, dan sentido de pertenencia y de diferenciación. Hay recuerdos que producen un dolor intolerable y por eso no se habla de ellos; otros no encajan con la visión del mundo o de sí. Actuar sin registro ni rituales no quiere decir que no existan en la memoria y que, como los traumas y los tabúes, puedan muchas veces significar más sobre nuestra identidad que los esquemas  que se ven en la superficie. Entonces no se trata de un olvido real, sino de un modo de encubrir, de defender, de rodear, de construir alrededor de lo Real”.

Las cautivas, tanto las de hace ciento veinte años en el sur como las cautivas del Caribe vuelven como los muertos en vida.

Ellas quieren hacer oír de verdad lo que tienen que contar.

“Oír exige cambiar, llevar a la practica la responsabilidad: la capacidad de compartir, de responder, de ponerse en la situación  del otro. Pero esa capacidad parece superar siempre  a las sociedades”.

(…) “La cautiva, aunque fue uno de Nosotros, ha pasado a ser Otro, tanto como los salvajes que hay que borrar del presente y de la historia”.

Por correspondencia,  porque soy una cautiva  huida del sur, devenida cacica en una toldería del Caribe pensé en Anacaona  y las indias tainas traicionadas  y quemadas en la hoguera;  en esa abuela negra, secreta y oculta  detrás de la oreja, detrás de unos cabellos crespos y una boca generosa  que me susurra cosas del pasado africano, esos pactos del silencio  que el colonizador  de aquí no quiere oír.  Cosas que yo puedo escuchar, toda oídos,  piedad y empatía,   precisamente para escribir contra el olvido.

Aimé Painé: la princesa mapuche.

https://www.youtube.com/watch?v=XRF8KvpgaXM

https://www.youtube.com/watch?v=BCqg9ntDezs

https://www.youtube.com/watch?v=-QH8B5Uq7EU

"Palpé la libertad y la misión de lucha que entraña la libertad, saber de la cultura de su pueblo es saber de uno mismo"

Aimé Paine

 “También los abuelos, pero mayormente las mujeres: después de la derrota que significó la Conquista del Desierto, fueron sólo ellas quienes pudieron recordar cómo vivía su pueblo y mantener vivos sus conocimientos. Por eso es tan importante toda la documentación de las abuelas, porque, si no, todo se pierde”.

Aimé Painé

Tengo una auténtica curiosidad por el destino de las mujeres indias que sufrieron la guerra contra el indio y la famosa excursión del general Roca mal llamada “La conquista del desierto”.

 

El general Villegas y Julio Argentino Roca. Campana del desierto, 1878.

Auténtico genocidio de las etnias araucanas, mapuches, tehuelches y voroganos. La bibliografía es extensa, cubre la campaña militar, la vida en los fortines, desde una óptica racista y de prejuicio contra el indio.

 Las mujeres son las grandes ausentes.

Cautivas o indias son invisibles, apenas están contabilizadas  algunas veces y solo como moneda de intercambio, una cabeza de ganado, aguardiente, unas espuelas o una blusa de Crimea.

No sé qué resonancias ancestrales me conmueven, así que cuando visité Buenos Aires, en 2011, después de treinta años de ausencia le pedí a mi hijo Juan que me acompañara a la Recoleta, a indagar en los archivos que tiene la basílica porque era el lugar de concentración de “indios infieles y cautivos”.

Ahí fui bautizada el 5 de marzo de 1948. En esa misma iglesia  de la Virgen del Pilar se bautizaban a los cautivos que después eran repartidos como sirvientes domésticos, obreros, peones o sirvientas de las familias adineradas.

En un muro de la basílica, grabado en la piedra está escrito lo siguiente:

“Recoleta 1868. Hospital de sangre. Este histórico edificio fue el convento de habitación de los ilustres frailes recoletos. Autorizado por Real Cedula de S. M Felipe V, el 28 de junio de 1756. Inaugurado en 1732 y regenteado por los recoletos hasta 1822 sosteniendo una escuela y un hospicio. Sirvió de hospital de sangre en 1806, de cuartel, de - prisión  de inmigrantes- de lazareto y de alojamiento para indios infieles y para cautivos.

Desde 1822 sus terrenos han sido convertidos en cementerio público. Durante el sitio de 1853 este edificio fue ocupado por las tropas confederadas. Desde 1858 hasta el presente sirve de asilo de ancianos.”

 Ese: “indios infieles y cautivos” me trajo a la memoria la historia de una argentina, nieta de un cacique mapuche que es llevada muy chiquita a un orfanato en Mar del Plata. Le ponen un nombre cristiano  y es a través del canto y de esa resonancia atávica  que ella descubre su origen y lo que es más importante, lo celebra y lo honra.

Aimé Painé nació en Ingeniero Luis  Huergo en la provincia de Rio Negro el 23 de agosto de 1943. Era nieta de un gran cacique mapuche, el lonco Painé

 Murió muy joven de un derrame cerebral el 10 de septiembre de 1987, en Paraguay, adonde viajó para dar un concierto.

La periodista y docente  Cristina Raffanelli  después de más de veinte años de investigación escribió el libro  titulado “Aimé Painé, la voz del pueblo mapuche” (Biblos, 2011) donde recogió testimonios y rastreó fuentes. Conoció a Aimé Painé a fines de 1979 y dijo  de ella que “su canto era una excusa para difundir la cultura del pueblo mapuche.”

 Cementerio de indios en el Sur.

Cuentan que tenía una magia especial, carisma y un aire de princesa que conquistaba a todos los que la conocían. En plena dictadura militar fue invitada a un almuerzo de Mirtha Legrand. Se presentó vestida a la usanza de las mujeres antiguas de su comunidad, con vestido de telar, con toda la platería, empezó a hablar, a contar de las abuelas, de los cantos y del respeto y el honor de una estirpe.

En esa época con Pinochet en Chile, y la Junta militar en Argentina era muy común que los mapuches  tanto los de origen argentino  o los chilenos ocultaran sus raíces por temor a la discriminación. Lo extraordinario de esta mujer es que no grabó ningún disco pero recorrió el país, y el mundo, y se hizo oír, y puso al pueblo mapuche al alcance de todos.

No solo cantaba sino que explicaba su cultura y sus recitales, a medida de que ella iba investigando a las abuelas, terminaban siendo  clases de antropología.

 “¿Por qué hacen esto las abuelas?”, proponía. Entonces contaba alguna anécdota, después traducía: “Este canto se hace a la salida del sol, significa lo siguiente...”, y recién entonces empezaba a cantar.

 Para ella, las abuelas representaban las cosas más admirables del pueblo mapuche. La sociedad actual margina a los ancianos, mete en geriátricos a sus padres y trata mal a la gente grande, pero para el pueblo mapuche las abuelas son las depositarias de la sabiduría de la comunidad. La mapuche es una cultura oral y son las abuelas las que la guardan en su memoria. “También los abuelos, pero mayormente las mujeres: después de la derrota que significó la Conquista del Desierto, fueron sólo ellas quienes pudieron recordar cómo vivía su pueblo y mantener vivos sus conocimientos. Por eso es tan importante toda la documentación de las abuelas, porque, si no, todo se pierde”.

Aimé Painé fue marcada por el abandono de  su madre. Hija de tehuelches, abandonó a su esposo mapuche y a toda su descendencia y a los tres años fue separada de su comunidad porque el padre, solo y necesitado de trabajar, no podía hacerse cargo de tantos hijos. Fue enviada a un orfanato-colegio de monjas en Mar del Plata. Su hermosa voz le propició cantar en el coro de canto gregoriano. El abogado y autor teatral Héctor Llan de Rosos y su esposa visitaron el orfanato para adoptar una niña. Les presentaron chiquillas blancas y rubias pero el matrimonio quedó prendado de una voz que llegaba del pasillo. Era el canto de una chiquilla de siete anos que tenía el nombre cristiano de Olga Elisa.

 “Fue una niña educada en lo mejor de lo mejor”, cuenta la profesora Rafanelli. “Una princesa, criada en el lujo. Empezó a investigar, a leer y terminados sus estudios en Mar del Plata, se mudó a Buenos Aires, sola. Se recibió de experta en belleza y peinados, tejió y pintó, y cantó durante muchos años en el Coro Polifónico Nacional. Al final, comprendió. “Cuando muchos años más tarde escuché cantar a las abuelas mapuches ahí me di cuenta de por qué me había gustado tanto el canto gregoriano.”

Aimé contaba siempre que no veía la hora y que esperaba con gran impaciencia las fiestas de Semana Santa y Corpus Christi, porque era la época de interpretar los Cantos gregorianos que las religiosas le enseñaban. De niña se dio cuenta que esos tonos y esos cantos eran muy parecidos al Taiel, tonada mapuche que una de las muchas abuelas paisanas (jamás conoció a sus propias abuelas de sangre), la abuela Domitila interpretaba en Mapudungun (lengua Mapuche). Contaba en sus entrevistas que el Taiel era un canto despojado, tan libre y natural como religioso; era cantar la vida.

El Taiel es una palabra mapuche  que significa el canto sagrado que canta el o la machi, con el que expresa sus sentimientos, incita a la unión del individuo con el universo que lo rodea y con las generaciones pasadas y futuras. Cada estirpe familiar cuenta con su Taiel y este canto es de carácter totémico y es pasado por línea femenina. Es casi gutural, de un carácter marcadamente ancestral y es entonado en las ceremonias sagradas. Cada familia tiene un tótem denominado kempeñ y este a su vez tiene una canción particular dedicada , que es la que entonan las mujeres encargadas del canto sagrado en el ngillatún. La elección de los taiel que han de cantarse, la realiza la tamborera u otra anciana especialmente elegida por su edad o sus conocimientos.

Para Aimé  Painé era como si la memoria ancestral de los suyos resonara en su garganta y el canto gregoriano le recordara la memoria de las abuelas que le cantaban en sueños esa otra vida que tenía que armar como un rompecabezas

Fue una mujer mapuche argentina, una  mujer instruida y combativa que recorrió medio continente con su canto e investigaciones antropológicas, viajó a Ginebra para participar en sesiones de la Subcomisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y terminó dando entrevistas para la BBC de Londres.

A los 29 años, en 1973 ingresó al Coro Polifónico Nacional y allí descubrió lo que verdaderamente significaba la música para ella. Fue durante un encuentro internacional de coros en Mar del Plata, donde cada país había preparado al menos una obra de música indígena o folclórica, todos menos el coro argentino. Sintió consternación y humillación de pertenecer a un país que niega sus raíces. Este acontecimiento la llevó al sur a impregnarse de la espiritualidad de sus mayores, allí Aimé Painé descubrió que la música mapuche era una verdadera atracción espiritual, que su música provenía de la experiencia de cantar en un universo de soledad en el que se encontraba su tierra natal.

Adaptó sus canciones mapuches con tintes regionalistas pero siempre utilizando el trompe, el kultrun, los cascawillas, y mencionando el uso de la trutruka y del kull kull (salvo el primero, que fue asimilado del huinca, todos instrumentos sagrados mapuches). Cada una de las letras de sus canciones cuenta una historia de los mapuches-tehuelches, corriendo el velo al mundo y haciendo conocer siempre la filosofía natural de sus "hermanos":

La letra de unas de sus canciones dice "Es hermoso cuando viene/el viento de la tierra cordillerana/viene el viento del Oeste/El viento del Sur/el viento del Este/el viento del Norte/ ¡A su paso va pegando (contra los montes) el pasto!/piedras amontonadas".

Era muy fuerte en sus convicciones. Defendía y exigía respeto por el camaruco, la ceremonia sagrada de los mapuches: no quería que participaran blancos ni que se utilizara turísticamente. Cuando la invitaron a Europa pudo reunirse con muchos de los exiliados de las dictaduras chilena y argentina. Cuando hablaba acerca de los horrores de la Campaña del Desierto terminaba pidiendo que sus hermanos no pusieran el acento en el odio y el resentimiento; explicaba que la revolución, tenía que ser cultural: “El blanco no nos respeta porque no nos conoce”.

Recorrió el norte del país  y visitó a los tobas, a los guaraníes, a los wichis, a quienes les contó: “En el Sur están los mapuches, los tehuelches, los hermanos de ustedes, y esto es lo que hacen”. Les mostraba a los indígenas del Norte lo que hacían los indígenas en el Sur, pero a la vez se nutría de toda la cultura del Norte y, cuando regresaba al Sur, les mostraba a los mapuches lo que se hacía en el Norte.

“Creo que Aimé Painé habría terminado siendo una cantante étnica argentina, en el sentido más abarcador del término. Siempre decía que quería hermanar a todos los pueblos originarios; investigaba sus historias y era increíble cómo situaba geográficamente a cada pueblo, dónde estaban, qué hacían. Por eso es tan inmensamente valorada por los antropólogos”.

En septiembre de 1987 Painé murió a causa de una hemorragia cerebral en Asunción, Paraguay. “Yo no puedo trabajar con el detalle y la calma que me gustaría, porque las abuelas se mueren, simplemente. Y no hay muchos todavía que hagan lo que yo hago; y si yo me muero, ¿quién seguirá mi camino?”

Su biógrafa dijo:” ¿Sabe por qué todos la aman tanto? Porque de golpe toda una cultura, toda una raza que fue tan discriminada, tan vapuleada, tan maltratada, encontró a una persona que les habló de lo hermosos que son, y les devolvió su dignidad”.

 “Ustedes tienen que sentirse orgullosos de su sangre mapuche”. Después de tantos años de decirles: “¡Vos sos un indio de mierda!’, Aimé les dijo: ‘Vos sos hermoso. Vos valés’”.

En una entrevista Aimé Painé dijo: “A mí me fastidia mucho escuchar que alguien dice que la cultura del mapuche es una cultura en extinción. Más allá de que sea cierto o no. ¡Qué rápidos somos a veces para decir que algo desapareció! Y qué lentos para preguntarnos por qué. La tristeza del pueblo mapuche, mi tristeza, es parte de mi identidad... y de la identidad del país. Porque el país lo formamos todos, ¿eh? Los ricos y los pobres, los blancos y los indios. Aunque los blancos ricos, en general, se lo olviden.”

Fuentes:

“Cautivas argentinas: a la conquista de una nación blanca”. Susana Rotker. Rutgers University.

 http://los4rumbosdelfolklore.blogspot.com/2009/09/aime-paine.html

Cultura – Página 12 http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/21920-5957-2011-06-06.html Lunes 6 de junio de 2011

Argentina exterminio del  pueblo originario https://www.youtube.com/watch?v=zVJvLVCi5gg

Video del pueblo mapuche-El despojo: https://www.youtube.com/watch?v=1abY6tdNtko

Derechos del pueblo mapuche-https://www.youtube.com/watch?v=Mueva9ztV8A