Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Doctor José Serulle Ramia/economista y diplomático

Encuentro entre Shakespeare y Cervantes en algún lugar del mundo. En el IV Centenario de la muerte de MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA Y WILLIAM SHAKESPEARE. Tributo ofrecido por el Cuerpo Diplomático en Trinidad y Tobago, Doctor José Serulle Ramia.

 Discurso, en forma de diálogo, pronunciado por el DR. JOSE SERULLE RAMIA, Embajador de la República Dominicana

Representante Permanente ante la Asociación de Estados del Caribe

Decano del Cuerpo Diplomático en Trinidad y Tobago

Sede de la AEC, Puerto España, 4 de Mayo, 2016, de 10:00 a.m. a 12 m.

Encuentro entre Shakespeare y Cervantes en algún lugar del mundo

-¡Qué bueno, Cervantes, que los embajadores en la República de Trinidad y Tobago se hayan reunido para recordarnos, o mejor dicho para celebrar nuestros manojos de escritos viejos! - dijo Shakespeare mientras suspiraba de satisfacción, y con una cierta melancolía.

-¡Vaya, te has puesto nostálgico!  Tú siempre con tus dramas, los que llevas en tu sangre –Gritó Cervantes-.  ¿De qué viejos escritos estás hablando, si  jovenzuelos nos están leyendo y por el mundo nos están recordando?  Somos niños, aún, William.  Todavía siento bajo mis pies las pisadas de aquellas andanzas de los hidalgos de nuestras tierras castellanas y veo con mis ojos tendidos al horizonte tu teatro El Globo, repleto de nobles y plebeyos.  Tu magia de hacerles ir al teatro, a los pobres por un penique y a los ricos por seis, es parte de tu ingenio, y de tu riqueza.

-¡Cuán noble eres, Cervantes!  Veo en tu rostro un afán no de gloria tuya sino una búsqueda de armonía, a través de tus novelas ejemplares y tu magna obra El Quijote, y de paz duradera entre los que habitan la Tierra y que aún no están conscientes del patrimonio, cuán inmenso y bello, que han heredado.

-Si de nobleza y de innovación hablas, mi entrañable William, he de reconocer tus dotes de amarrar palabras, de tejer en sonetos y en diálogos preciosos, convertidos estos últimos en piezas teatrales, innovadoras formas de estéticas expresiones, la literatura de nuestro tiempo, para catapultarla hacia el futuro como dramas que desvelan egoísmos, falsas posturas, podredumbre en lo más alto del imperio y campanadas de gloria a los que procuran construir nuevos tiempos y verdaderos amores. Y en poéticas melodías nos llevas a lo inalcanzable, al paraíso de que tanto se nos habla.

-No, Cervantes. Tu manera humorística de pintar la vida hizo posible que la sustrajésemos de sus horrorosos llantos. El ingenio no estuvo solo en la palabra que enriqueciste de un lenguaje muy joven, no como el mío que ya rodaba como arraigadas azucenas por los valles de mi tierra desde hacía un tiempo, con sus estructuras más acabadas que tu castellano, que venía formándose desde la tierra de Berceo, allí en los monasterios de Yuso y Suso, en la tierra del vino de La Rioja.  Y uniendo... –en ese momento Cervantes lo interrumpió, como si supiese lo que William iba a decir.

-Sí, William, uniendo las letras, tras recorridos de impetuosos ideales, se puede enseñar a respetar y a cuidar el nicho esencial de la existencia humana. ¡Oh, naturaleza!, hoy herida en tus brisas y paisajes, en tus asombrosos e interminables afanes de reproducción de lo insólitamente creado en miles y miles de millones de años, de geológica existencia.  ¡Qué no se permita que de ti se desprendan los pétalos de la biodiversidad que te hacen única e inmaculada!

-Qué hermoso lo que acabas de decir, mi afable amigo Cervantes. Estoy seguro de que los embajadores en Trinidad y en otros lugares del mundo harán llegar este breve manifiesto que acabas de escribir.  He de recordarte que muchos jefes de misiones en el mundo son aficionados a la literatura, más, creadores de nuevos impulsos literarios, y han sabido cabalgar con ellos junto a sus valijas diplomáticas...

-Volviendo a los llantos, he de decirte que de los derramados al influjo de tus obras, William, supimos penetrar en la amargura de la existencia humana, pero también en su grandeza.  Y con milimétrica medida, calculamos hasta donde éramos capaces de producir daños, y asimismo endulzar el filo del sable para penetrarlo con orgullo en el corazón de los malvados, de los opresores –enfatizó con esmero Cervantes. Y de inmediato agregó:- ¡Oh, los llantos!   De eso tú eres el genio.  Nos has hecho llorar a todos, mozos y  ancianos, mujeres y hombres.  Y de las lágrimas derramadas por todos y todas supiste abonar los suelos del teatro, para que éste se constituyese en un instrumento no sólo de reflexión, de denuncia o de explicación de los hechos históricos, sino también en un caudal de innovadoras pinturas del escenario de la vida, vuelto materia, espíritu y fuerza de cambios.

-Cervantes, eres muy bondadoso conmigo.  Tú sabes que nadie como tú supo retorcer la palabra para elevarla al enojo, y de éste, en su finalidad de tortura, hiciste crecer la esperanza verdadera, la integral libertad, el amor y fidelidad interminables, la equidad por alcanzar y la alegría como motivo de vida.

 -Me haces recordar, mi noble amigo –dijo Cervantes mientras tocaba con el índice de su mano izquierda su mentón cubierto de una fina barba-, que siempre he pensado en que no es bueno que el atlas de las palabras se quede en el  cerebro. No, éste debe imprimirse en la sangre, en la piel y en los suspiros de cada ser humano, y que cabalgue con los pies desnudos por las montañas, valles y océanos...

-Pienso igual que tú –asintió en voz baja pero segura William-, y creo, además, que allí donde exista una lengua, aunque sea hablada por tres o cuatro personas,  se detenga el alma para convertirla en sabia de su sabiduría ancestral.  Cervantes, ¡qué no mueran jamás las lenguas de los humanos, como tampoco el cántico de las aves ni el quejido o risa de los árboles ni el sublime aroma desprendido de las flores! 

-¡Cuánta razón tienes!, entrañable William. Es en las lenguas de las poblaciones originarias y en las nuevas, que se conformaron tras largos e intensos procesos de migraciones humanas, que están las vivencias, los desvelos, los secretos del arte y de la expresión oral, mejor guardados, y por consiguiente los sueños y heroísmos de sobrevivencia y de fases superiores de vida de los humanos.

-Insisto, pues –recalcó William-, ¡qué no mueran los idiomas, qué se protejan en lo oral y en lo escrito! Estoy seguro que los escritores del mundo, que deberían ser cada día más, de campos y ciudades, no permitirán que la lengua se reduzca a unas cuantas palabras.  Ellos harán todo lo necesario, como entes revolucionarios, para que los jóvenes de hoy superen la riqueza heredada en léxico y en sintaxis, en formas mágicas y ensoñadoras de expresión verbal y escrita.

-De esa forma –dijo Cervantes, como si continuara con la idea de William-, estas nuevas generaciones serán libres, sus hombres y mujeres sabios andantes, edificadores de nuevos mundos, sin alienación y sin horribles muros que los divida, de libertad entera e infinitos vuelos. Sí, serán estandartes de la creatividad y de devoción sólo por resortes sólidos de convivencia humana.

En ese preciso momento, las miradas de estos dos genios se abrazaban, como se unen los cánticos de los gallos en las alboradas.

 -Bravo, Cervantes, por tocar ese tema.  He leído que el lenguaje se está limitando a seiscientas o menos palabras, y que por las formas técnicas de comunicación que se están imponiendo, se  mata la literatura de los humanos.  Que en letras salpicadas de sonetos, versos, historias, leyendas, inverosímiles hazañas, en novelas y en piezas teatrales, o en la lírica de la música celestial, en poemas o cantos..., puedan los espíritus andantes de la literatura universal confundirse en sudor y canto con los pueblos.  Y que esto provenga de esos autores reconocidos, pero también de aquellos que no son menos y que aguardan por ver revolotear sus palabras como mariposas al viento,

-Por supuesto, William, construir puentes de fraternidad o estructuras de paz donde se alojen la razón sobre la sin razón, y la palabra sobre el horror.

-Y así, Cervantes –enfatizó William-, que se evite la muerte de la literatura, alma de luz de los pueblos y tesoro patrimonial de toda la humanidad. La literatura, y tú lo sabes mejor que nadie, es el diapasón del mundo...

-Lo importante, William, es continuar innovando, que broten las palabras como ríos a la mar, y que de ellas, entrelazadas en sus más diversos géneros literarios, porque todos son saludables al espíritu y a la acción, en una libertad de la conciencia adquirida. Y, por tanto, del bienestar por conquistar emanen los cánticos de la música que nunca muere: esa que eleva el espíritu a lo inalienable, a la verdad que libera.

-Podemos estar seguros –aseveró William-, de que los miles de escritores de las distintas latitudes continuarán transformando la novela, el teatro, la poesía..., y enalteciendo la verdad y lo excelso como principio universal de las relaciones humanas.

-Claro, William -destacó Cervantes-, las letras habrán de controlar el cerebro humano para seguir liberándolo de los prejuicios, de las ignorancias y de los intereses egoístas que nublan y destrozan la vida y sus colores.

 -¡La verdad que libera! –Gritó William-.  Cuán útil es esta expresión en los tiempos de hoy, mi noble Cervantes.  Más, en este preciso momento en que los embajadores en Trinidad nos rinden, quizás de forma inmerecida, tributo, porque lo que nosotros hicimos no fue más que recoger el aliento y darle alguna fuerza más a los que nos precedieron con sus finas plumas. Es fundamental, Cervantes, que, luego de transcurridos cuatrocientos años de nuestra desaparición física de la Tierra, la verdad siga liberando.

-Sí, William, la verdad es fuerza material, porque conduce a la equidad, a algo que nunca ha conocido la humanidad desde los tiempos inmemoriales.  Se han hecho intentos, pero los escabrosos planes de los dominios terrenales se impusieron sobre la voluntad de los buenos dioses. Sí, William, la verdad es también fuerza espiritual, porque conduce a la liberación de los prejuicios, de las barreras que dividen pueblos y crean tormentos... Sí, William, la verdad es soporte ético que inspira el amor verdadero, la acción consciente y decidida, y es la única que nos permite llevar la vida con decoro, humildad y fraternidad, y, que se sepa, en completa libertad.

 En la penumbra de la sala de conferencias de la Asociación de Estados del Caribe, donde se realizaba el tributo, y donde todos los embajadores y demás invitados estaban absorbidos por el diálogo entre Shakespeare y Cervantes, apareció una voz trémula, que colmó de un profundo y largo silencio el lugar:

 “Si algo nos enseñaron esos dos gigantes de la literatura universal es el valor de la palabra y la riqueza humana que encierra una lengua.  Y que a través de su fuerza se yergue victoriosa, a la corta o a la larga, la verdad, lo que da inicio a la fraternidad consciente del género humano.  De ahí el valor y la sabiduría de todas las lenguas, portadoras en su esencia de nuevos mundos. –Y agregó con cierta prisa:- ¡Loor a William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, pensadores y literatos andantes de un mundo hoy herido, pero que marcha incontenible hacia estadios superiores de convivencia humana!  De ellos heredamos todo un acervo de nuevas ideas, para que continuemos forjando sobre la Tierra una humanidad de gloria y esplendor”.

 Con sus ojos casi dormidos, en el ocaso de sus fructíferas existencias, sintiéndose el latido de sus corazones al unísono, William, como si dejara volar su último suspiro, dejó caer a su amigo, en murmullos de aves, una última reflexión.

-Fíjate, Cervantes, parece que se nos extingue la memoria, ésa por la que tanto tú y yo quisimos con fuerza penetrar en el mundo de las letras.  Es, en definitiva, lo que más deberíamos cuidar, la memoria, la historia que enseña horizontes de nuevos destellos... De alguien leí que “la memoria lo pasa todo por su tamiz mágico”.  Pero estamos muriendo, Cervantes...

-¡Qué va William, hasta en nuestros últimos suspiros..., seguimos andando!

 Dr. José Serulle Ramia