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Opinión | Por Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana

El “espectacular” terremoto. Ayer sábado 14 de agosto de 2021, hacia las 8h30 de la mañana, cundió el pánico en Haití; y no era para menos. La tierra volvió a temblar fuertemente, después de once (11) años, es decir, tras el terremoto mortal que afectó a este país caribeño el pasado 12 de enero de 2010, matando a cerca de 300 mil personas, en particular, en la capital Puerto Príncipe y sus alrededores. 

El terremoto se “espectacularizó” ya que fue captado en vídeos y otras imágenes impactantes que, en tiempo real, recorrieron las redes sociales e Internet y se dio a conocer al mundo. 

Casas derrumbadas, sobrevivientes saliendo de escombros, familiares de víctimas llorando, muertos cubiertos por sábanas, localidades enteras pidiendo ayuda de emergencia, hospitales y clínicas rebasados…, en fin, el escenario era y sigue siendo sobrecogedor.   

Es que el sismo tuvo una magnitud incluso mayor (del orden del 7.2 en la escala de Richter) que el anterior, cuya magnitud fue sólo de 7.0; sin embargo, la gran diferencia fue que ayer el epicentro tuvo lugar en ciudades medianas del Sur del país, tales como Les Cayes, Jérémie, Nippes, y no en la sobrepoblada y caótica capital Puerto Príncipe. 

Aun así, en su informe parcial número 3, fechado 15 de agosto de 2021, la Dirección General de la Protección Civil (https://protectioncivile.gouv.ht/protection-civilesitrep-2/), institución haitiana encargada de evaluar el impacto de las pérdidas y daños provocados por los desastres naturales en el país, señaló que el terremoto habría cobrado la vida de 1,297 personas, principalmente en el Sur del país, y dejado a cientos de heridos y desaparecidos, sin mencionar las importantes pérdidas materiales y en términos de infraestructuras físicas. Habría que esperar los informes posteriores de esta entidad oficial haitiana para tener un panorama más exacto y completo de todas las pérdidas. 

Invisibilidad de “otro desastre”

Pero, un hecho es cierto: esta catástrofe llega en un mal momento, ya que Haití se encuentra apenas en una delicada transición política, dirigida por un primer ministro de facto, Ariel Henry, quien no tiene más legitimidad que la de haber sido nombrado por un presidente también de facto Jovenel Moïse (unos días antes del asesinato de éste) y ungido por el Core Group. 

El Core Group es un ente internacional que prácticamente viene dirigiendo Haití en los últimos años; está integrado por embajadores de Alemania, Brasil, Canadá, España, Estados Unidos de América, Francia, Unión Europea, el representante especial de la Organización de los Estados Americanos y la representante especial del secretario general de las Naciones Unidas. 

Además, este actual desorden político, en que se desconoce deliberadamente el marco jurídico de la Constitución vigente haitiana y sigue reinando el mismo régimen de facto anterior, se complejiza aún más en Haití a consecuencia de un peligroso entrecruce, por una parte, entre crisis política y crisis humanitaria y, por la otra, entre injerencia política e intervención humanitaria. 

Vale recordar que aun siendo un país pobre, Haití ha sido objeto de lucha constante entre diferentes países injerencistas, preocupados por imponer a/en esta pequeña nación caribeña su propia agenda política y por defender sus intereses, en particular, para obtener para sus empresas multinacionales y “expertos” nacionales importantes fuentes de empleo y jugosos contratos para obras de infraestructura y proyectos de desarrollo, relacionados con las labores de reconstrucción y de intervención humanitaria. 

Desgraciadamente el desastre, cuyos impactos se suele ver con tremenda facilidad “espectacularizante”, es el de la naturaleza y no aquel que es creado de manera sofisticada por el llamado “capitalismo del desastre”: este “otro desastre” interesado en hacer negocios incluso en detrimento del dolor humano. 

Así como ocurrió con el pasado terremoto, nunca se sabrá cuándo dinero se gasta para atender la emergencia humanitaria y hacer la supuesta reconstrucción del país o cómo se utilizan estos fondos, ya que el Estado de Haití no cuenta con la suficiente autoridad y legitimidad para exigir la rendición de cuentas a estas organizaciones y organismos internacionales.

Invisibilidad de las heridas mentales

De la misma manera, las heridas mentales, que son causadas por los llamados “desastres naturales” y que son tan graves y dolorosas como las lesiones físicas, son invisibles. 

Se trata del miedo, la incertidumbre, la zozobra, los turbulentos estados emocionales y psíquicos e incluso los complejos cuadros psicopatológicos que, por ejemplo, han provocado y siguen provocando el terremoto de ayer y sus múltiples réplicas de sur a norte del país en decenas de miles de familias que ya habían perdido a sus seres queridos a consecuencia del terremoto del 12 de enero de 2010. 

Entonces, ayer fue un día traumático para estas familias haitianas que trataban, durante más de una década, de superar el duelo y de volver a caminar y pisar la tierra con un poco de confianza; pero de un momento a otro, se vieron obligadas literalmente a enfrentar sus fantasmas que les vienen asustando desde aquel fatídico 12 de enero de 2010.  

Invisibilidad de la Divinidad

Si bien se puede decir que ayer el mundo, de la mano de los principales medios de comunicación, volvió a mirar hacia un país que se había hecho tristemente famoso por ser el escenario a la vez del cruel asesinato, en la madrugada del pasado 7 de julio de 2021,  de su presidente de facto Jovenel Moïse y del despliegue del mercenariato cada vez más transnacionalizado en nuestro continente.

Se puede afirmar también que ayer las personas sensibles al tan difícil devenir de Haití —el hermano mayor que enseñó a los países de América Latina el camino de la libertad y les ayudó concretamente en esta lucha independentista a través de su apoyo decisivo e incondicional al libertador Simón Bolívar—, volvieron a llorar por un país que no ha dejado de sufrir los embates de la naturaleza y del mal gobierno cooptado por una clase política corrupta y una élite irresponsable, así como del neocolonialismo, disfrazado de amigos de la “comunidad internacional”. 

Ayer Haití volvió a salir a la luz para decirnos que lo que ha venido viviendo como país no es para nada una maldición, sino que simplemente, tal como lo dijo Ignacio de Loyola en su libro Ejercicios Espirituales (Ej 196), “la Divinidad se esconde” para que aparezca la humanidad, en este caso concreto, nuestra humanidad como país Colombia, como Caribe, como América Latina. 

Invisibilidad de nuestra palabra crítica sobre el actual orden del mundo 

Tenemos la oportunidad de coger esta oportunidad (valga la redundancia) que nos está dando Haití para decirle al mundo que, al igual que todos los países de nuestra región del Caribe y de América Latina, Haití necesita no órdenes de países del Primer Mundo, sino hermandad y amistad; no neocolonialismo, sino el inicio de una nueva relación de interdependencia; no negocios bajo el pretexto de ayuda humanitaria o de plan de reconstrucción, sino acciones de solidaridad orientadas a ayudar a este país a brindar a sus ciudadanas y ciudadanos la posibilidad de gozar de sus derechos humanos fundamentales. 

Haití nos está dando, como región de América Latina y el Caribe, la oportunidad para que, por fin, digamos nuestra propia palabra, que ha sido invisibilizada por nosotros mismos. Una palabra que no hemos articulado, conjuntamente y al unísono, como región soberana. 

Tenemos por fin la posibilidad de decir esta palabra nuestra, que deba ser a la vez muy crítica con respecto al actual orden neocolonial y neoliberal del mundo y a favor de una “relación otra” que sea simétrica, horizontal, democrática y respetuosa entre todos los pueblos, Estados, naciones y regiones de la tierra. Haití nos está dando la posibilidad de convertir este “deber ser” en una realidad regional y, poco a poco, en un hecho mundial. Haití nos invita a reescribir nuestra historia y la de nuestro mundo.