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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza que necesitamos vivir en comunidad y relacionarnos entre sí. 

Esto es vital para garantizar el sano desarrollo cognitivo y conductual de las personas desde las primeras etapas de la vida. Siendo así no solo es importante establecer relaciones con nuestros familiares, sino que también es fundamental estrechar los lazos fuera de este ámbito a los fines de fortalecer estas funciones que son parte de la conformación cultural social.

Desde los inicios de la historia de la humanidad, misma que se remonta a miles de años atrás, todas las datas existentes dan testimonio del desarrollo a niveles trascendentales que pudieron alcanzar esas sociedades, en base actitudes y conductas de cooperación, apoyo, trabajo en equipo y en comunidad. 

Hoy día podemos apreciar esas grandes obras, dispersas alrededor del mundo, las cuales se edificaron sin la disponibilidad de grandes tecnologías y herramientas avanzadas y que, solo trabajando de manera unificada, con objetivos comunes definidos, pudieron ser erigidas y legadas a nuestras generaciones. 

Construcciones como Las Pirámides de Egipto, La Fortaleza Sacsayhuamán en los Andes peruanos o Teotihuacán en México, Construida hace más de 2000 años, así como cientos de edificaciones más. 

Todas ellas, representa la fuerza y el valor de cuando los seres humanos deciden unirse y trabajar por un mismo fin, muy a pesar de las diferencias o barreras culturales que puedan existir. 

Y es precisamente esas diferencias que alimentan el acervo y constituyen la diversidad cultural, la cual garantiza la convivencia en términos más o menos armónica de vertientes culturales humanas en un mismo territorio político o una misma nación.

La diversidad cultural amplía las posibilidades de elección que se brindan a todos; es una de las raíces del desarrollo, entendido no simplemente en términos de crecimiento económico, sino también como medio para lograr una vida intelectual, afectiva, moral y espiritualmente satisfactoria. 

A pesar de que hemos sido testigos, consientes y sentimos la necesidad de socialización, convivencia y vivir en comunidad, hoy día se promueve el individualismo, como la superación de un estado de dependencia, como una bandera de autosuficiencia, como una errónea interpretación de la autoestima. 

Por ello, son comunes frases como "la felicidad solo depende de ti mismo”," no necesitas a nadie para ser feliz", o "lo importante es que te ames a ti mismo(a), porque la felicidad está dentro de ti" y otras más que enarbolan, enorgullecen y justifican esta cultura de una aparente autonomía que no toma en cuenta los sentimientos y bienestar de los otros/as y que solo se enfocan en satisfacer sus necesidades y deseos propios. 

Encerrarse en la idea de la autosuficiencia del individuo, es des-humanizarse, puedes llegar tan pero tan adentro que puedes no encontrarte a ti mismo. 

Hay una estrecha línea entre el egoísmo y el individualismo. El ser humano es un ser social, no es entonces una verdad absoluta, que se es feliz, sin amar a nadie, sin amistades primarias a las cuales nos entreguemos de manera honesta y no porque nos sean de beneficio o nos pueda servir en determinado momento, rechazar nuestras familias porque no coincidan con nuestras convicciones de vida o cerrar las puertas a las personas que realmente se preocupan por nosotros porque no piensen igual que nosotros,  porque me basto a mí mismo/a, no importa la infelicidad de quienes me rodean, solo la mía propia. Mentira, absolutamente falso.

El individualismo alimenta la soberbia y la vanidad. Valora las cosas más que a las personas. Nos hace tener muy en cuenta nuestras necesidades y deseos, mientras que nos aleja de la empatía con los familiares y amigos. Además, todo ello también nos hace más débiles frente al perdón. Cuando somos humildes y reconocemos abiertamente que nos hemos equivocado, incrementamos la dieta del optimismo frente a la autocompasión.

El individualismo puede resultar una auténtica tentación en muchos momentos. ¿A quién no le gusta la idea de hacer lo que le apetece en cada momento? Sin embargo, a largo plazo, esta forma de actitud produce consecuencias muy negativas, ya que, además, también debemos partir de la realidad de la propia vida: en algún momento, por muy autosuficientes que nos creamos, la vida nos pone en situaciones en las que necesitamos y dependemos de la ayuda y el apoyo de los demás. Esto es una realidad y no sabemos en qué momento puede suceder. 

El individualismo nos hace perder muchas cosas, entre ellas, esa sensación de felicidad que surge cuando haces algo por el deseo de hacer feliz a otra persona, ya que su felicidad es la tuya propia. 

Es innegable que las relaciones humanas de por sí, son complejas pues todos/as nacemos en un núcleo familiar distinto que tiene sus propias experiencias y expectativas de vida, creencias, culturas y costumbres, sin embargo, este hecho no desmerita la esencia de cada una y lo que los demás seres humanos pueden aportar a nuestras vidas desde sus propias perspectivas.