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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Como residente asidua, amante de la lectura, apasionada y fielmente admiradora de la ideología y estilo de obra gabista, desde aquel encuentro por los amplios y recónditos caminos de Macondo, sin lugar a dudas, mi constructo de la realidad cambió.

Me refiero a la oda de mi voluntad, al suspiro de mis pensamientos que, bajo cada exhalación, me eleva hacia un destino mágico, interesante, fascinante e increíble en un mundo que trasciende y donde todo es posible, dependiendo de cómo lo veas.

Estando enclava en ese lugar, donde se tejen las más increíbles, a veces, ibero símil y otras veces, compresibles historias, me mantengo atrincherada, mientras mis ideas van germinando y volando como cual maravillo espectáculo que exhibe la migración estacional de aves, que zarpan de un territorio a otro y al final se encuentran, formando una danza única y extraordinaria, con una ruta y destino propio.

Y es que, leer y escribir, representan ambos una cultura, un hábito y amor por la literatura, que enriquece nuestro paladar léxico, la nomenclatura neuronal, nuestras relaciones sociales y, sobre todo, llena la vida de experiencias.  

El acto de leer, más que un hábito, es una sensación de goce y satisfacción que experimentamos en el momento que vamos al encuentro de textos que ponen en alerta y disparan nuestros sentidos, nos apertura la imaginación, nos trasladan a tiempos, lugares, espacios, momentos y sensaciones que conectan el alma, nuestra esencia y naturaleza y nos demuestra que somos capaces de dar y generar mucho.

 El cerebro, en varios sentidos, funciona como un músculo: se entrena. Y la lectura es una de las herramientas más valiosas que existen para ese entrenamiento. El cerebro de una persona que desarrolla durante su vida la práctica de la lectura tiene más probabilidades de mantenerse en mejor estado y durante más tiempo que el de alguien sin ese hábito.

Estudios científicos han confirmado que el cerebro -y el resto del sistema nervioso-, para nuestra fortuna, posen la facultad de neuroplasticidad, es decir, “la capacidad para adaptarse mediante cambios en su función y su estructura al paso de los años, a la enfermedad y a la información que reciben, por ello la importancia de crear buenos hábitos. Lo que le das, ¡a eso se acostumbra!

Las neurociencias establecen que, si una persona está predispuesta (naturaleza más ambiente) a sufrir demencia cuando llegue a los 80 años, a mayor reserva cognitiva más tarde comenzará con los síntomas, e incluso podrá alargar tanto ese momento que fallecerá antes de que aparezcan. En este sentido, somos y sobre todo seremos lo que leemos, usando la lectura como símil. Pero esta proeza del cerebro no es flor de un día, sino el premio a toda una vida cerebro-saludable. “La lectura para la neurociencia, pág. 20”.

A pesar de que leer reporta numerosas ventajas y placeres estéticos e intelectuales, las estadísticas mundiales, revelan cada vez más una disminución del nivel de lectura de la población, lo cual claramente se ve reflejado en la falta de formación y conocimiento de la realidad social.

“Una sociedad, no informada, no lectora, es fácilmente manipulable”. (Quijas,2013)

El desarrollo de un país tiene muchas aristas y sin lugar a dudas, el fomento y desarrollo de la cultura lectora como indicador educativo, es indispensable para la consecución de cualquier meta sostenida de progreso en cualquier sociedad a nivel mundial.

Al igual que la educación, la lectura nos hace libres.