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A pesar del desarrollo casi milagroso de vacunas efectivas contra el COVID-19 en 2020, el virus siguió propagándose y mutando a lo largo de este último año. La falta de una colaboración mundial eficaz fue la causa principal de la prolongación de la pandemia.

En 2021 también se puso en marcha un programa respaldado por las Naciones Unidas para ayudar a los países en desarrollo a proteger a sus poblaciones contra el virus, y se adoptaron medidas de preparación para futuras crisis sanitarias mundiales.

Desafortunadamente, en noviembre una nueva variante del coronavirus, con el nombre de la letra griega ómicron, se convirtió en motivo de preocupación mundial, ya que parecía contagiarse mucho más rápidamente que la cepa dominante delta. Las constantes advertencias de la ONU de que las nuevas mutaciones eran inevitables y el fracaso de la comunidad internacional para garantizar la vacunación de todos los países, y no sólo la de los ciudadanos de las naciones ricas habían sido claramente desoídas.

En una rueda de prensa a mediados de diciembre, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, advirtió que ómicron se estaba "propagando a un ritmo que no habíamos visto en ninguna de las variantes anteriores”. “Seguramente, ya nos hemos dado cuenta de que subestimamos este virus a nuestra cuenta y riesgo", sentenció.

Un fracaso moral

En enero, António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, lamentó el fenómeno autodestructivo de la "fiebre nacionalista de vacunación", y recriminó a los gobiernos la falta de solidaridad, recordándoles que ningún país saldría airoso del COVID-19 en solitario.

El director de la OMS en África, Matshidiso Moeti, condenó el "acaparamiento de las vacunas "que sólo prolonga y retrasa la recuperación del continente. "Es profundamente injusto que los africanos en situación de mayor vulnerabilidad se vean obligados a esperar las vacunas mientras los grupos de menor riesgo de los países ricos se ponen a salvo", recriminó.

Al mismo tiempo, la agencia para la salud advertía proféticamente que cuanto más tiempo se tardara en acotar la propagación del COVID-19, mayor sería el riesgo de que surgieran nuevas y más resistentes variantes a las vacunas. Tedros calificó la distribución desigual de las vacunas de "fracaso moral catastrófico", añadiendo que "el precio de este fallo se cobraría vidas y medios de subsistencia en los países más pobres del mundo".

Conforme pasaban los meses, la agencia persistía en su mensaje. En julio, con la aparición de la variante delta, que se convirtió en la forma dominante de COVID-19, se cumplió el sombrío hito de cuatro millones de muertes atribuidas al virus —cifra que cuatro meses después alcanzó los cinco millones—. Tedros indicó entonces que las variantes del virus estaban ganando la carrera contra las vacunas “debido a su producción y distribución inequitativa”.

COVAX: un esfuerzo mundial histórico

Para ayudar a los más vulnerables, la OMS encabezó la iniciativa COVAX, el esfuerzo mundial más rápido, coordinado y exitoso de la historia para luchar contra una enfermedad.

Financiado por los países más ricos y por donantes privados, con una recaudación de más de 2000 millones de dólares, COVAX se puso en marcha durante los primeros meses de la pandemia para garantizar que las personas que viven en los países más pobres no se quedaran sin vacunas cuando éstas llegaran al mercado.

El despliegue de las vacunas en los países en desarrollo a través de este mecanismo comenzó con Ghana y Côte d’Ivoire en marzo. Yemen, un país destrozado por la guerra y en una situación económica devastadora, recibió su primer lote de vacunas en el mismo mes. Colombia, por su parte, se convertía en el primer país de las Américas en recibir las vacunas de COVAX. En abril, se habían enviado lotes de vacunas a más de cien países gracias a este proyecto.

Sin embargo, el problema de la falta de un reparto equitativo de las vacunas contra el COVID-19 dista mucho de estar resuelto: la OMS anunció el 14 de septiembre que se habían administrado más de 5700 millones de dosis de vacunas en el mundo, pero que sólo el 2% había ido para los africanos.