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Mesye dam bonjou (Buenos días a todos y todas). Gracias por venir y permítanme comenzar agradeciendo al gobierno de Haití su invitación a visitar el país, y por los sinceros debates que hemos mantenido estos dos últimos días. 

En un momento cuando numerosas crisis en todo el mundo parecen competir por llamar nuestra atención, me temo que la situación en Haití no esté recibiendo el protagonismo urgente que se merece.  Como Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, mi obligación es la de otorgar ese protagonismo y ayudar a que se tomen medidas en favor de los haitianos y haitianas.

El mundo necesita conocer lo que he podido observar y lo que mis colegas documentan cada día acerca de algunas de las situaciones más miserables y aterradoras en el mundo, una capital donde, en muchas zonas, bandas armadas abusivas controlan el acceso al agua, alimentos, asistencia sanitaria y combustible, donde los secuestros están al alza, donde los niñas y niñas no pueden acudir al colegio, donde son recluidos para cometer actos de violencia y son sometidos a ella.  Un país donde una de cada dos personas sufre hambre, vive en extrema pobreza y no cuenta con acceso regular a agua potable limpia.  Donde los prisioneros están muriendo de malnutrición, cólera y otras causas.  Y no nos olvidemos de la vulnerabilidad del país a los desastres naturales.

Los problemas son enormes y abrumadores.

Pero estoy aquí también para advertir sobre la posibilidad de que descartemos la situación de Haití como insalvable y sin esperanza.  Haití y los haitianos y haitianas no pueden ser definidos y definidas por una visión simplista de meras víctimas.

Muchas personas hablan de un país que se arrastra de crisis en crisis.  Yo veo a un pueblo con un largo historial de resiliencia y coraje al enfrentarse a una serie de crisis, desde desastres naturales a otros causados por el hombre provenientes tanto del exterior como desde dentro del propio país.  Este es un país, después de todo, nacido de la lucha por la dignidad y los derechos humanos y contra el colonialismo, la esclavitud, el racismo sistémico y la opresión.

No obstante, he sido testigo también del cansancio que surge de tener que soportar estas cargas día tras día, y he escuchado una súplica de ayuda.  Un grito de socorro proveniente de comunidades bajo constante asedio.

La única salida para poder escapar de estas múltiples crisis de derechos humanos está en manos del pueblo de Haití, pero la magnitud de los problemas es tan enorme que necesitan de una atención activa y del apoyo específico de la comunidad internacional.

Hoy mi Oficina publicará un informe* el cual expone las consecuencias negativas que tiene la violencia de bandas en varias partes de la región de Cité Soleil en Puerto Príncipe.  En un solo barrio, Brooklyn, debido a la violencia entre bandas, murieron al menos 263 personas, 285 resultaron heridas y cuatro desaparecieron entre el 8 de julio y el 31 de diciembre de 2022.  Hemos documentado violaciones y violaciones en grupo de mujeres y niñas, destrucción y saqueo de casas y desplazamiento de personas de sus hogares.  Desde julio, las bandas llevan creando un clima casi permanente de terror, contratando incluso a francotiradores para que disparen a personas de forma indiscriminada.  El movimiento de personas está muy limitado y ha quedado bloqueado el acceso a productos básicos, incluyendo a agua, alimentos y servicios de saneamiento, lo que crea un entorno ideal para la propagación de enfermedades infecciosas, incluyendo la más reciente, el cólera.

En una situación donde comunidades enteras son rehenes de las bandas, los servicios sociales estatales están en gran medida ausentes.  A la vez que las organizaciones no gubernamentales y los organismos de las Naciones Unidas trabajan para proporcionar la tan necesaria ayuda, las denominadas «fundaciones» en estos barrios son a menudo utilizadas por las bandas para ejercer su control.

Estas bandas poseen una variedad de armas y siembran el miedo y violencia en las comunidades bajo su control.  Varias fuentes nos han informado de que miembros de las bandas distribuyeron machetes a familiares de personas asesinadas por una coalición de bandas rivales animándoles a tomarse la revancha.

Se calcula que cerca de 200 bandas operan por todo Haití, en la capital pero también se están extendiendo a las regiones del centro y el norte del país, como por ejemplo los departamentos de Artibonite y North.  Más de 500.000 niños y niñas que viven en barrios controlados por las bandas tienen problemas para acceder a educación.  Muchos y muchas han sufrido violencia grave.

Yo tuve ocasión de reunirme con una niña de 12 años que había sobrevivido a un disparo en la cabeza por miembros de bandas.  Y con otra chica joven que había sido violada en grupo.  Esta violencia tan cruel contra niños y niñas, mujeres y hombres en Haití, suele quedar en su mayor parte impune.

Las autoridades estatales no han conseguido responder de manera adecuada, y al menos 18 agentes de policía han sido asesinados desde comienzos de este año debido a la violencia entre bandas.

La falta de recursos y personal en las fuerzas policiales, sumado a una corrupción crónica y a un sistema judicial debilitado suponen que la impunidad sea un problema de base desde hace décadas.

Esta situación no puede seguir así.

En mis conversaciones mantenidas con altos funcionarios, la sociedad civil, mis colegas de las Naciones Unidas y la comunidad internacional presente aquí en Haití, he recalcado que las medidas necesarias para reestablecer la seguridad habrán de centrarse en la rendición de cuentas, la prevención y la protección para conseguir que esta sea efectiva y sostenible.  Es urgente reforzar el sistema de justicia penal, mejorar el sistema penitenciario, en especial dado que el 80 por ciento de la población carcelaria se encuentra en detención preventiva, y abordar la corrupción e impunidad.

La corrupción generalizada supone una barrera para la realización de los derechos económicos y sociales, socava aun mas las ya de por sí frágiles instituciones, incluyendo al sistema judicial y a la policía, y es altamente dañina en todos los aspectos de las vidas diarias de la población de Haití.

La crisis de seguridad predominante ha agravado por supuesto profundamente las penurias económicas de los haitianos y haitianas.  Más de la mitad de los 11,8 millones de personas de Haití viven por debajo del umbral de pobreza.  En octubre del año pasado, la inflación interanual alcanzó el 47,2 por ciento.

Aproximadamente 4,7 millones de personas sufren de inseguridad alimentaria grave y se calcula que la estremecedora cifra de 19.200 personas están en una situación catastrófica, viviendo en condiciones cercanas a la hambruna.  En 2022, se calcula que solamente una de cada dos personas (48%) tuvieron acceso regular a agua potable limpia.  La situación en las prisiones es especialmente precaria, donde existen carencias cada vez peores de alimentos, medicinas y agua.

La violencia entre bandas ha desplazado a un gran número de personas.  A fecha de noviembre, existen 155.139 personas desplazadas internamente por toda la zona metropolitana de Puerto Príncipe.  Cerca de una cuarta parte de esas personas desplazadas viven en asentamientos espontáneos, la mayoría de ellos sin acceso a servicios básicos tales como agua tratada, higiene y saneamiento adecuados.  El restante 75 por ciento vive en comunidades de acogida, teniendo que compartir los ya de por sí escasos recursos.  Es urgente que las autoridades reaccionen a esta situación específica.

En mis conversaciones con la sociedad civil, me destacaron claramente las dificultades de las comunidades vulnerables, que incluyen a las mujeres, personas LGBTI, personas con discapacidades, jóvenes y niños y niñas.  Y un punto que también se debatió con mucho énfasis es la necesidad de que las organizaciones de la sociedad civil, y por ende, cualquier factor que pueda influir en cambiar la situación en el país, desempeñen un papel activo y constructivo en el proceso de diálogo político y en otras plataformas para poder identificar soluciones a pequeña y gran escala, y a largo, medio y corto plazo.

La situación en Haití es desesperante. Pero existe un enorme potencial para poder cambiar la situación. Para hacer realidad este potencial y generar cambios profundos, las élites políticas y económicas deben dejar de lado su indiferencia hacia el sufrimiento de la mayoría de la población.  Estas élites deben permitir que sea el pueblo de Haití quienes ostenten el poder.  He hecho un llamamiento a las autoridades a buscar un diálogo inclusivo, partiendo como base del acuerdo de consenso nacional del 21 de diciembre, con el fin de encontrar soluciones duraderas a la crisis multidimensional que atraviesa Haití, de forma específica organizando elecciones inmediatas, libres y transparentes para poder restaurar las instituciones democráticas.

También he instado a la comunidad internacional a garantizar que Haití ocupa una posición prioritaria en su agenda.  La Policía Nacional de Haití necesita de apoyo internacional coordinado inmediato que sea acorde a los desafíos existentes, con el fin de reforzar su capacidad para responder a la situación de inseguridad de un modo que sea compatible con sus obligaciones en materia de derechos humanos.  También apelo a la comunidad internacional a considerar de manera urgente el despliegue de una fuerza de apoyo especializada con una duración limitada con condiciones que sean conformes con las legislaciones y normativas internacionales de derechos humanos, aplicando para ello un plan de acción integral y preciso.  Esto debe venir acompañado de un restablecimiento rápido y sostenible de las instituciones del Estado en las zonas donde no actúen las bandas, así como una profunda reforma del sistema judicial y penitenciario.  El régimen de sanciones es un primer paso importante.  Este ha de venir acompañado de la acción de llevar a los responsables ante la justicia en Haití.

Igualmente importante es una cooperación internacional reforzada para aumentar los controles fronterizos y con ello detener el comercio y tráfico ilícitos de armas.

Dado el largo historial de participación internacional en Haití, hay muchas lecciones que podemos aprender. Es necesario que la participación internacional actúe con humildad, con una participación sólida y activa de la población de Haití y con atención constante a los más vulnerables. 

Y hasta que se resuelva la grave situación que vive el país, es evidente que las violaciones y abusos sistemáticos de derechos humanos no permiten en la actualidad el retorno seguro, digno y sostenible de los Haitianos y Haitianas a Haití.

Incluso en estas circunstancias, 176.777 migrantes haitianos fueron repatriados el año pasado. En mi visita a Ouanaminthe en el noreste del país, escuché historias terribles sobre el trato humillante al que son sometidos muchos migrantes, incluyendo a mujeres embarazadas y a niños y niñas no acompañados o separados.

Permítanme que vuelva a incidir en esto: la normativa internacional de derechos humanos prohíbe la devolución y las expulsiones colectivas sin que exista una evaluación individual de todas las necesidades de protección con anterioridad a su deportación.

Voy a abandonar Haití en breve, pero por supuesto la importante labor que realiza el equipo de derechos humanos dentro de la presencia de las Naciones Unidas continuará en el país.  Celebro la disponibilidad del Gobierno de Haití a reforzar la presencia de derechos humanos de las Naciones Unidas en el país. Tenemos mucho margen para que podamos brindar más apoyo al pueblo de Haití y para trabajar de manera conjunta para afianzar sus instituciones, ayudar a apuntalar el espacio cívico, para continuar vigilando e informando sobre violaciones y abusos de derechos humanos, para alentar a aplicar planteamientos centrados en las supervivientes para luchar contra la violencia sexual, para proporcionar apoyo a las autoridades judiciales y a la Policía Nacional de Haití y mucho más.  Yo me comprometo a reforzar el apoyo que presta mi Oficina para hacer frente a todos estos desafíos.

Es necesario llevar a cabo una profunda transformación en Haití y debemos situar los derechos humanos en el centro para poder vislumbrar un futuro mejor para todos y todas.  Tengo esperanzas en que con la participación activa y la sabiduría de su pueblo, junto con el apoyo y ayuda internacionales, los haitianos y haitianas puedan sacar adelante la increíble riqueza que posee su país.  A pesar de todos los problemas existentes, la mejora es posible. Por nuestra parte, nos comprometemos a permanecer al lado de los haitianos y haitianas quienes están corriendo graves riesgos, todos los días, para proteger los derechos humanos en circunstancias sumamente difíciles.

Mysion mwen an fini men travay la ap kontinye. Mèsi anpil. (Mi misión termina aquí pero el trabajo continúa.  Muchas gracias a todas y todas.)