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Dominicanos y haitianos seguimos muy de cerca la aplicación de la ley de regularización de los ciudadanos del vecino país que habitan en nuestro territorio. Organismos internacionales están atentos a dicho complejo y tortuoso proceso. Los pueblos de ambas naciones se ven sometidos a una fuerte carga emocional negativa por parte de gente que busca sacar partida de tan penosa y dolorosa situación.
No existe alguno, la más mínima afirmación, indicio o insinuación de algún Estado u organismo internacional que permita afirmar con seriedad que la soberanía del Estado dominicano está en peligro.
Primero: en Haití hay más de 10 millones de habitantes, la mayoría pobrísima. Muchos se fueron o quieren irse de su país, pero nadie los quiere en el mundo por ser muy pobres y muy negros. Por décadas, el Gobierno Dominicano permitió y fomentó la migración de haitianos indocumentados para explotar esa mano de obra barata en la agricultura, la construcción, y luego en el turismo.
Pese a la instalación de gobiernos democráticos en ambos lados de la isla con la llegada al poder de Jean Bertrand Aristide en 1991, las crisis bilaterales, mayormente vinculadas a la problemática migratoria, han sido cíclicas.
1.- ¿Por qué no podemos los dominicanos hacer un alto en el debate de sordos en que hemos convertido los problemas de la nacionalidad y de la agobiante inmigración de haitianos para retomar el diálogo y el esfuerzo por establecer cuáles cosas nos unen y cuáles nos dividen?
Vivo en una comunidad rural; en Don Pedro, para más señas. Aún no sé si Don Pedro pertenece al municipio de Santiago de los Caballeros, Tamboril o Licey al Medio. Es una zona interface, como anotan los urbanistas en sus diseños técnicos.
“¿Qué significa, para el esclavo estadounidense, vuestro 4 de julio?”. Esto se preguntó Frederick Douglass ante la multitud congregada en el Corinthian Hall de Rochester, Nueva York, el 5 de julio de 1852.
El acontecer nacional no solo llama la atención a los Estados que están interesados en echarnos el “problema de Haití”. Los pueblos del mundo, en especial los de Latinoamérica y el Caribe están también atentos al llamado de auxilio del pueblo dominicano.
Hasta el momento, ninguna institución, organismo, o persona en plano internacional o nacional ha dicho, escrito o siquiera insinuado que este país no es soberano en materia de política migratoria. Nadie lo discute.
Comencemos por lo esencial: la mayoría de los haitianos en territorio dominicano no se irá, ni serán repatriados ni legalizados, porque el Estado Dominicano y muchos empresarios necesitan esa mano de obra barata para explotarla. Ahora veamos los accesorios.
Tejida la urdimbre, como se planteó en el artículo anterior, se asumió el criterio de que el hecho de haber sido alcalde o regidor, daba la categoría de “especialista” en PP a cualquiera.
El mundo actual, visto a partir de los medios (televisivos y periodísticos) aterroriza. ¿Es casual? Por un lado, presenciamos, minutos después de ocurrir, sismos, naufragios, inundaciones que se suceden a un ritmo tan regular, que las imágenes obligatorias desfilan y las miramos impotentes.
En barrios urbano-marginales y campos de nuestro país se encuentran manifestaciones de alegría en la cotidianidad. En la cultura popular se celebra la abundancia y la ausencia, la vida y la muerte, los acontecimientos colectivos e individuales. Celebrar es parte de la vida y cada momento es un motivo para ello.











